Uno de los prejuicios a los que muchas veces tenemos que sobreponernos el de penar en ‘las edades’ de los libros. Esto es: aunque se intente leer de todo y aunque se intente leer sin tener ideas preconcebidas sobre los contenidos de los libros, al final (¡somos humanos!) es imposible no partir con ciertas cuestiones de entrada. Y una de ellas (o al menos esa es la que más pesa entre esos prejuicios que intento evitar cuando leo) es la de que un libro pensado para un público no encaja entre las lecturas de otro. La literatura infantil y juvenil suele, por tanto, quedarse fuera de mis habituales decisiones de lectura.
Y esto a pesar de que cada vez las fronteras son más difusas (ahí está el caso de la literatura crossover) y que algunos textos de literatura infantil/juvenil suele funcionar muy bien entre los lectores de otros grupos de edad (disfrute mucho con la lectura en su momento de La evolución de Calpurnia Tate, de Jacqueline Kelly, aunque ya no era una escolar y Ruta Sepetys, que en España es publicada en colecciones que de entrada se asocian al público adulto, es la autora de historias bastante interesantes).
Mi última entrada en las lecturas de literatura juvenil, esas que han logrado pasar mis inconscientes filtros de barrera, es Por amor al arte, de Sharon Biggs Walter, que edita Libros de Seda en su colección de literatura juvenil romántica (y sí, hay muchísimos títulos y muchísima actividad en ese subgénero como pronto aprendí vía Google) y que estoy convencida de que hubiese amado con pasión de relectura y relectura si la hubiese leído cuando era una lectora de literatura juvenil.
Como lectura adulta, Por amor al arte, de Sharon Biggs Walter, me hizo pasar igualmente un rato agradable y, sobre todo, me impresionó por el modo en el que consigue meter en una novela de fácil consumo y que puede funcionar muy bien entre sus potenciales lectores tantas cuestiones históricas que deben ser mejor conocidas (en una de las críticas anglosajones la tachan de “un entretenido paseo por la historia” y realmente lo es). Y sí, desde la perspectiva de lectura adulta sí se echa a veces en falta una mayor complejidad de los personajes, pero no hay que olvidar que el libro no está destinado de entrada a esos lectores.
Victoria Darling, la protagonista, cae en desgracia cuando decide posar desnuda en una clase de arte (y sí, la novela lo explica de una forma plausible) y es expulsada de la escuela francesa en la que está aprendiendo a ser una señorita, lo que hace que tenga que volver al hogar paterno (una familia burguesa que ha conseguido dinero gracias a la fabricación de sanitarios y que ahora busca mejorar sus posiciones sociales) y plegarse a los deseos de su familia. Su padre decide cerrar para ella un buen matrimonio, que se producirá una vez sea presentada en la corte. El sueño de Victoria es, sin embargo, entrar en el Royal College of Art (solo un par de mujeres lo consiguen cada año) y convertirse en una artista profesional. Y en ese camino por lograr lo que quiere y no lo que su familia impone conocerá a las sufragistas (que están en su momento álgido de huelgas de hambre y acciones de las que van a los titulares de los periódicos) y a un policía, Will, que le mostrará cómo es la vida para quienes no están dentro de lo alto de la escala social.