Hay algo que en la redacción de Librópatas amamos. Son los escritores centroeuropeos de Entreguerras. Nos gustan porque eran tan cultos, tan leídos y hablaban tantos idiomas. Y por sus novelas, claro. Como La impaciencia del corazón
, de Stefan Zweig, que en España fue conocida durante algún tiempo como La piedad peligrosa y que Acantilado trajo hace unos años en una nueva edición. Y sí, es un libro que definitivamente tenéis que leer.
La historia está ambientada en 1914, en los meses previos a la I Guerra Mundial. El conflicto solo se menciona de pasada en la novela (y el momento en el que estalla la guerra y como Zweig lo incorpora a la narración es realmente sublime), pero la atmósfera de preguerra y de decadencia del Imperio Austro-Húngaro impregna toda la historia. Por algo el protagonista es un militar. Aunque lo importante, insisto, no es el contexto, sino los conflictos de los personajes.
¿Sabe quién es? Puesto que yo conocía desde hacía tiempo su prurito de coleccionista de exhibir triunfante cada ejemplar más o menos interesante de su colección y temía prolijas explicaciones, me limité a responder con un no carente de interés y seguí diseccionando mi tarta Sacher. Pero esta indolencia mía incitó aún más al cazador de nombres y, tapándose la boca con la mano, me sopló con voz apagada: «Pues este es Hofmiller, de intendencia general… Ya sabe, aquel que ganó la condecoración de María Teresa durante la guerra».
La novela empieza con un clásico recurso de historia encontrada. El escritor, ya en 1938, se encuentra primero en un café con Hofmiller (como acabamos de leer) y luego en una cena. Anton Hofmiller es uno de esos héroes de guerra, que consiguió todas las grandes medallas austríacas de la I Guerra Mundial y destacó por su valor y heroísmo. Pero cuando el escritor y Hofmiller vuelven andando a casa, tras esa cena que es su segundo encuentro, el ex militar la cuenta el secreto, el pecado, detrás de su heroísmo. Fue a la guerra como una especie de expiación, sin miedo a la muerte.
Y así nos vamos a 1914 cuando Anton Hofmiller tiene 25 años, es un teniente del cuerpo de ulanos, guapo y lleno de vida, destinado en un aburrido pueblo de provincias entre Viena y Budapest. Allí acaba entrando en contacto con Lajos von Kekesfalva, un acaudalado propietario que vive en un castillo en la localidad, con su hija Edith, que sufre de parálisis. Claro que Hofmiller no lo sabe y en el primer baile al que es invitado en la propiedad pide un baile a la pobre Edith. Y de ese engaño – y de un sentimiento de piedad quizás mal entendido – surge la madeja que se va liando entorno a los dos protagonistas, el teniente Hofmiller y Edith, que llega a su punto culminante al mismo tiempo que en Sarajevo muere Francisco Fernando.
Y hasta llegar a ese punto final atravesamos casi 500 páginas de narración en la que vemos las consecuencias nefastas que pueden tener los pequeños errores de la vida cotidiana, la falta de decisión (el joven Hofmiller se deja llevar más que tomar decisiones por el mismo) y la presión de la sociedad. Todo, por supuesto, increíblemente bien escrito.
Foto Casa Stefan Zweig
Hace algunas años,en una feria del libro, me encontré con un ejemplar de éste libro. Tiene un empastado grueso color rojo. Me llamó la atención el título y al abrirlo, encontré la introducción muy singular, un fragmento de una página. Me pareció hermoso lo que leí y decidí comprarlo, era un stand de una librería de Bazaar y estaba ahí junto con otros tantos. Yo buscaba «Infancia» de Máximo Gorky y vine encontrando está joya.
Realmente me cautivó y a nadie lo presto por temor a que no me lo devuelvan, como ya ha pasado con otros.
La manera de escribir del autor, es fascinante, describe tan bien cada situación que realmente sentía que me encontraba viéndolo como en una película.