Ernest Hemingway es considerado, sin duda alguna, como uno de los grandes escritores del siglo XX. Ganó un premio Pulitzer, un premio Nobel, y sus libros son clásicos de la literatura americana, indispensables. Los críticos le alabaron prácticamente desde su primera obra y su estilo sencillo y directo fue seguido por miles de escritores (y de hecho, hasta hay una aplicación para aprender a escribir como él). Parece que la opinión sobre su calidad literaria es unánime, pero por supuesto, siempre hay excepciones.
Numerosos escritores criticaron ese mismo estilo que le dio fama y lo juzgaron como sobrevalorado. Puede que sean rencillas entre genios, problemas de ego y boutades. Puede que, evidentemente, simplemente sea imposible gustarle a todo el mundo. En todo caso aquí tienes 5 escritores que despreciaron públicamente la obra de Hemingway.
1. Vladimir Nabokov
Ya sabemos que Nabokov era de despreciar muchas cosas (y autores); sobre el autor de ‘Por quién doblan las campanas’ dijo: «En cuanto a Hemingway, lo lei por primera vez en los años 40, algo sobre campanas, balas y toros, y lo aborrecí (que en inglés suena mucho mejor «something about bells, balls and bulls, and loathed it»).
2. William Faulkner
Está claro que el barroquismo de Faulkner choca de lleno con la sencillez de Hemingway. Es famoso el comentario del autor sureño sobre que «nunca ha sido conocido por usar una palabra que pudiera enviar a un lector al diccionario», aunque Hemingway contraatacó (en otra ocasión) diciendo: «Pobre Faulkner. ¿Realmente piensa que las grandes emociones provienen de las palabras largas?».
3. Jorge Luis Borges
Otro escritor que claramente está en las antípodas de Hemingway es el argentino, quien diría en una ocasión: «Yo he hecho todo lo posible para que me guste Hemingway, pero he fracasado». Más letal todavía fue tras la muerte del estadounidense: «Hemingway se dio cuenta de que era un mal escritor y se disparó un tiro en la cabeza. Ese hecho de alguna manera lo redime».
Ahora bien, si tenemos en cuenta una postal llena de exabruptos que Hemingway envió a Borges, fue hasta suave.
4. Gore Vidal
Vidal consideraba a Hemingway un pecadillo de juventud, fruto de la ignorancia: «Lo detesto, pero estuve bajo su influencia cuando era muy joven, como todos lo estuvimos. Pensaba que su prosa era perfecta -hasta que lei a Stephen Crane y me di cuenta de donde lo había sacado-«.
5. Tom Wolfe
A otro que no le convencía lo del estilo conciso era al padre del ‘Nuevo periodismo’. En sus palabras, «La gente siempre piensa que es fácil de leer debido a que es conciso. No es cierto. Yo odio la concisión – es demasiado difícil. La razón por la que es Hemingway es fácil de leer es porque se repite todo el tiempo , usando «y» para rellenar».

La postal de Hemingway a Borges es apoócrifa, la escribió un poeta mexicano. Hemingway no registraba a Borges, leía más cosas de guerras y literatura francesa, aunque se hacía el bruto. No es un comentario feliz el de Borges, pero a veces las cosas salen así
Eso dijo don Jorge Luis cuando murio Hemingway? . Que pedazo de sorete. Estoy harto de que esten velando a este viejo ciego hace treinta años..
Quiero dejar en claro todo el odio que siento por Jorge Luis Borges, como se atreve a realizar ese comentario, tan fuera de lugar sobre Hemingway. Lo detesto! Me acaba de dar donde mas me duele, no me parece. Con respecto a esos autores, que detestan a Hemingway, no es otra cosa mas que envidia. Hemingway es un gran escritor, es lo sera por siempre. Y aunque su estilo sea sencillo y directo, eso lo hace un ser universal. No es necesario pintar maquillar una realidad, o una fantasías, para poder modificar a su lector. Y lo admiro por ello, considero que su legado se vuelve mas universal por ello. Y con respecto a Faulkner, Hemingway sabia que era bueno, solo que Hemingway es un marcho, un hombre que si hacias algo bueno no te iba a felicitar por ello. Él solo te iba a tratar mal, para que siguieras esforzandote. Y realmente admiraba a ese pequeño Faulkner.
Yo estoy iniciándome en la lectura de Hemingway a través de «París era una fiesta». No quiero partir de prejuicios, aunque he de confesar que mi interés por el libro, más que su autor, lo despertó, en el momento de adquirirlo, la presunta crónica de aquel París de los años veinte ya perdido y poblado de personajes como Gertrude Stein, James Joyce, Ezra Pound y otros. Sin embargo, después de un comienzo relativamente alentador, con frases como «… el viento frío arrancaba las hojas a los árboles de la plaza Contrescarpe», el resto del libro me resulta plano, con diálogos extensos e insulsos, reiteraciones de la conjunción «y», como afirmaba Tom Wolfe, y escasamente descriptivo en pasajes en que debería serlo, al menos en mi opinión. En resumen, que no me está resultando fácil leerlo, amén de que estoy faltando a mi adhesión a ese imprescindible axioma borgeano que instaba a «leer de un modo hedónico». Espero poder terminarlo, estimulado por la certeza de que me esperan mejores letras a descubrir y, por supuesto mis clásicos, aquellos a los que vuelvo una y otra vez en busca de refugio…