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Es fácil meterlas en el mismo saco y se hace en muchas ocasiones, pero Charlotte Brontë y Jane Austen no podrían ser más distintas. Entre sus fans están los que las aman a ambas por igual y los que han tomado partido. Están los amantes de Jane  por su humor, su contención, su tono comedido británico y su buen hacer a la hora de tejer y contar historias; que odian a Charlotte por ser caótica, dejarse llevar por las pasiones y meter demasiado thriller psicológico en sus libros. Y están los amantes de Charlotte que adoran pasar las páginas y encontrarse con fantasmas que no existen y pasiones desbordadas, y se aburren con los juegos de palacio (o mansiones, más bien) de Jane. Pero, ¿qué pensaban la una de la otra?

La respuesta es obligadamente parcial: Jane Austen no pudo opinar sobre Charlotte Brontë, ya que murió cuando la autora de Jane Eyre tenía tan solo un año, pero Brontë sí tuvo la ocasión de leer a la que se suponía que debía ser su maestra (¡novelas de amor!) y ofrecer su sincera opinión. Una opinión que adorarán todos los fans radicales de la escritora: Charlotte Brontë odiaba a Jane Austen.

Brontë leyó a Austen por primera vez (Orgullo y Prejuicio, por lo menos) en 1848, cuando tenía 32 años y ya había publicado Jane Eyre. Lo hizo a raíz de las alabanzas del crítico G.H. Lewes, a quien la novela gótica de Brontë le gustó, pero Jane Austen parecía gustarle más. Brontë cogió entonces Orgullo y Prejuicio, lo leyó, y escribió un par de misivas al crítico (con una de respuesta de él por el medio, pero que no se conserva) explicándole que no entendía esa fascinación general con Austen.

«¿Por qué le gusta tanto Jane Austen? Es algo que me tiene perpleja«, decía Brontë en su primera carta, en la que definía Orgullo y Prejuicio como «un lugar común; un jardín cuidadosamente vallado y cultivado, con bordes limpios y flores delicadas; pero ni un atisbo de una fisionomía vívida y luminosa, ningún campo abierto, nada de aire fresco, ninguna colina azul». La respuesta del crítico debió de ser airada, según se desprende de la segunda carta de Brontë. «Dice que me debo familiarizar con el hecho de que «la señorita Austen no es una poetisa, no tiene «sentimiento»… ni elocuencia, nada del entusiasmo arrebatador de a poesía»; y a continuación añade que debo «aprender a reconocerla como una de las grandes artistas, de las grandes pintoras del carácter humano»». Charlotte no entiende. «¿Puede existir un gran artista sin poesía?», se pregunta.

Esta no fue la única ocasión en la que Brönte se despachó a gusto sobre la reina de la novela romántica. Su crítica principal, que expresó en una carta al editor W.S. Williams (otro fan de Austen) en 1850, era la falta de pasión que encontraba en sus textos. En este caso se refería a Emma, de cuya autora afirmó:

«Hace curiosamente bien su trabajo de delinear la superficie de las vidas de los ingleses refinados; hay una fidelidad china, una delicadeza de miniatura en la pintura: no altera a su lector con nada vehemente, no lo molesta con nada profundo: las Pasiones son unas perfectas desconocidas para ella; rechaza hasta una relación superficial con esa tormentosa Hermandad; incluso a los Sentimientos no les otorga más que un reconocimiento ocasional, agradecido pero distante; conversar con ellos de forma demasiado frecuente disturbaría la suave elegancia de su progreso».

¿Eso es todo? No. Charlotte Brontë no se limita a criticar los libros, sino que tiene muy claro que «Jane Austen era una señora absolutamente sensata, pero una mujer muy incompleta y bastante insensible (que no insensata)», consciente de que lo que está diciendo posiblemente sea algún tipo de «herejía», pero que está dispuesta a «correr el riesgo».

Leer los textos de ambas autoras deja muy claras esas diferencias, algo también bastante curioso en dos mujeres que vivieron vidas casi paralelas: hijas de clérigos, con muchos hermanos, muy cercanas a sus familias, fueron a colegios internados en los que casi mueren (a Brontë se le murieron dos hermanas ahí) y acabaron sus educaciones siendo tuteladas por sus padres. Publicaron bajo seudónimos y lograron subir en el mundo editorial pese a no tener contactos en él. En lo personal, además, ambas rechazaron proposiciones de matrimonio y murieron jóvenes de tuberculosis.

Pero Jane Austen era el sentido y Charlotte Brontë la sensibilidad. Quizá si hubiesen coincidido en el tiempo se hubiesen hecho amigas. O quizá hubiesen protagonizado uno de los mayores antagonismos literarios de la historia.