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Debo confesar que una de las cosas que me fascinan es descubrir cómo los hábitos alimenticios y sobre todo los gustos han ido cambiando a lo largo del tiempo y cómo lo que comemos ahora poco tiene que ver con lo que se comía hace unas décadas o unos siglos. Las cosas que ahora nos parecen sabrosas no necesariamente tenían que parecer sabrosas a quienes comían en el pasado, al igual que los platos que entonces eran lo más hoy nos pueden parecer de lo más soso. Hace unos años, fui a un restaurante medieval. Lo mencionaban en la revista del avión y era una de las curiosidades de Riga. Ocupaba (ocupa) el lugar que ocupaba un restaurante medieval de verdad y es como hubiese sido aquello. Comes a la luz de las velas y con comida medieval. Todo era muy realista y muy interesante, pero debo confesar que la comida me pareció un poco aburrida.

Conocer la comida del pasado no es complicado. No solo los escritores mencionan en sus libros las cosas que comen sus protagonistas. Así son una ventana a la comida del pasado, aunque algunos nos parezcan ahora bastante poco agradables (a mí me pasa cada vez que alguien muestra entusiasmo por comer pastel de paloma) o un tanto misteriosos (la palabra ratafía, ya sea bebida o pastelitos de). Además existen muchos libros que analizan cómo ha evolucionado la comida o lo que se comía en un momento concreto.

The Jane Austen CookbookEn mi lista de libros que deseo y que algún día compraré (mi lista de libros para comprar es aún más larga que mi lista de libros por leer) está el Libro de cocina de la República, de Isabelo Herreros, que edita Reino de Cordelia, que cuenta cómo la comida se hizo moderna en los años 30. Y en la lista de libros que acabo de comprar está The Jane Austen Cookbook, de Maggie Black y Deirdre Le Faye, una historiadora de la comida y una autora clásica cuando se trata de leer sobre Jane Austen, respectivamente.

El libro es realmente fascinante por muchos motivos. Para empezar hay que aclarar que es un recetario, no un ensayo sobre la comida (aunque el prólogo introductorio resulta muy interesante a la hora de abordar cómo se comía y qué horario se seguía en la época de Jane Austen, ya os hablaremos sobre ello), pero es un recetario muy especial. Las recetas salen de libros de cocina de la época (los libros de cocina empezaron a hacerse muy populares en el siglo XVIII, nos cuentan) pero sobre todo de dos recetarios muy cercanos a Austen. Uno era el de una amiga próxima de la familia, que incluye muchas recetas que les gustaban.

El otro era el de Martha Lloyd. Lloyd era la hija de un reverendo que quedó tan destituida como las mujeres Austen tras su muerte. Martha era amiga de Jane y Cassandra Austen y hermana de la esposa de uno de los hermanos Austen. Acabaría yéndose a vivir con Jane, Cassandra y la señora Austen y siendo una más del hogar. Martha era la encargada de gestionar la cocina y la autora de un cuaderno lleno de recetas que hoy es la delicia de los expertos y de los fans (Black y Le Faye nos cuentan, eso sí, que hoy no todas las recetas se publican porque en el libro también había remedios de belleza y de trucos del hogar que hoy sabemos que no eran muy sanos).

El conjunto de recetas está recogido en formato de época (pero seguirlas es bastante difícil) y en un formato adaptado a los tiempos, con indicaciones para hacer la receta con los recursos y las herramientas del mundo moderno.

Y me decidí a hacer unas galletas

Así que decidí atreverme y lanzarme, siguiendo las instrucciones modernas, a hacer una receta de las que comía Jane Austen en mi propia cocina moderna. Me quedé con la receta de las galletas de Mrs. Dunda, una de las que aparece como ‘favoritas de la familia’, porque requería pocos ingredientes (la decisión fue tomada un poco a lo loco a las nueve de la noche) y porque, según me dijo alguien una vez, es imposible hacer mal galletas. Es algo tan fácil que es la receta que se hace con niños, me habían dicho (añado ahora un ya…). Me puse a amasar con miedo, eso sí, porque mi primera aventura con la cocina del pasado, un brownie con una receta de 1924, no había sido muy positiva. Al menos, en esta ocasión, mi pobre hermana no estaba presente y no tendría que probar los resultados.

salidas del hornoLa lista de ingredientes y las instrucciones son sencillas. Solo se necesita harina, mantequilla (y la que yo tenía, de Hacendado, venía con unas marquitas muy útiles cada 25 gramos, lo que hace más fácil calcular cuántos son los 15 gramos que se pueden necesitar) y un pellizco de sal (y aquí está lo un tanto difícil: ¿cuánta sal es un buen pellizco?). Con todo eso en mano solo hay que seguir las instrucciones (aquí está la receta escaneada por si queréis probarla y demostrarme que el resultado es muy mejorable a lo logrado: podéis invitarme a merendar).

La receta recomienda mezclar la harina y la mantequilla usando un procesador de comida, sea lo que sea eso (yo usé una batidora, pero no la parte tradicional si no el vasito que se usa para picar carne) y luego mezclar agua a cucharadas para ir dando consistencia. Mis primeras incorporaciones de agua, muy medidas, fueron un fiasco y aquello no tomaba forma. Después decidí ser más generosa y me pasé un poco. Finalmente decidí echar mano de un poco más de harina para compensar.

Una vez que todo está mezclado (y es rápido, incluso para inútiles del agua como yo) toca estirar la masa y cortar. Yo la estiré con un vaso (sí, soy una amateur de los pasteles y postres) e intenté dejarla muy finita, como dicen. Los resultados finales demostraron que me gustaban más las galletas que quedaron en la parte menos fina de la mezcla. Para cortar usé un cortador con forma de flor (que era el único que había en Tiger la vez que había necesitado uno) aunque no el tamaño más adecuado. Ellos dicen unos 10 centímetros de diámetro, pero yo cogí simplemente la flor más pequeña. Y bueno… me olvidé de pinchar con un tenedor las galletas antes de meterlas en el horno.

la galletasMis galletas no empezaron a mostrar signos de estar muy hechas a los 3 minutos, como dicen Martha Lloyd (la autora de la receta original) y quienes la adaptaron al presente, pero eso sí, una vez que empezaron a hacerse se hicieron muy muy rápido. Si las hubiese dejado un segundo más se hubiesen quemado. Así que las saqué del horno, me puse a esperar que enfriaran y empecé a plantearme a qué sabría aquello. Oler olía muy bien, a mantequilla (y las galletas de mantequilla son algo de entrada rico).

¿Lo fueron las mías? Que queréis que os diga… Son unas galletas que me dejan un poco fría. Quizás me pasé con la sal (esa era la sensación cuando las probé tras sacarlas del horno, un día después no saben tanto a sal, pero tampoco a galletas muy sabrosas) o quizás es que realmente poco más puedes esperar de algo con tan pocos ingredientes. Son más bien aburridas (y no, no ganan mojándolas en Nesquik, que lo he probado), aunque la idea de estar comiendo algo tal como lo hacían hace 200 años – por mucho que haya acabado luego recuperando mis Yayitas para el desayuno – no deja de tener atractivo.

(El té con un aspecto tentador es vía Pexels)