Un pequeño (y para los ojos actuales posiblemente absurdo) escándalo sacudió un día de verano el Congreso de los Diputados. Quizás todo ocurrió en julio, porque la crónica de la historia se publica el 4 de agosto y nos dicen que ha pasado “hace días”. Era verano, seguramente hacía mucho calor (todo estaba ocurriendo en Madrid) y una joven periodista se presentó a cubrir la actualidad parlamentaria vistiendo “unos elegantes y diminutos calcetines blancos”. Todo esto ocurría en 1933 y el atuendo de la joven periodista logró, como cuentan en la breve crónica de diario Luz, “la admiración de los padres de la patria”. La joven periodista tuvo que dar explicaciones sobre el porqué de sus diminutos calcetines a los diputados y la historia llegó hasta el mismísimo responsable del gobierno, Manuel Azaña, que exclamó que ya le gustaría que los diputados “asistieran a las sesiones, aunque fuera con calcetines de esa especie”.
Y aunque después de ver lo que ocurría un cálido verano en Madrid en el Congreso de los Diputados y ver las quejas del jefe de gobierno ante las ausencias se podría optar por hablar de cómo las cosas parecen no cambiar tanto en algunos terrenos, lo cierto es que lo más interesante es volver a centrar nuestra atención en la joven periodista de los calcetines diminutos. Su nombre era Josefina Carabias y su biografía no solo es fascinante, sino que la mete en la vanguardia del periodismo español de hace unas cuantas décadas. Carabias, cronista parlamentaria, fue además una de las mujeres que hizo periodismo infiltrado, reporteras de incógnito que se adentraban en primera persona en el filo de la noticia.
El periodismo encubierto no es algo tan nuevo, aunque quienes hayan estudiado periodismo (al menos ocurre con algunos de quienes hemos estudiado periodismo) podrían pensar que todo empezó con Günter Wallraff, que es el nombre que mencionan en clase y se pone como el ejemplo de lo novedoso del formato. Günter Wallraff, periodista alemán de los 60 y 70, se hizo célebre infiltrándose en la noticia y convirtiéndose él mismo en el tema noticioso. Los reportajes de cámara oculta que todos hemos visto en televisión en las últimas décadas van en la estela de esta idea. Pero lo cierto es que ni Wallraff ni las cámaras ocultas televisivas empezaron con el periodismo infiltrado. En 1887, ya estaba Nellie Bly registrándose en una pensión para mujeres trabajadoras estadounidenses y comportándose de un modo un tanto ‘extraño’ para lograr que la enviaran al manicomio de la isla de Blackwell, en Nueva York. Bly quería narrar de forma verídica las condiciones en las que vivían las mujeres que habían sido ingresadas en el psiquiátrico y no quería un tour de prensa edulcorado. Ser una loca ella misma era la mejor manera de saber qué ocurría realmente en el lugar. Sus crónicas, que se publicaron primero en prensa y luego en libro (hoy es posible encontrarlas aún, incluso en una edición en castellano como Diez días en un manicomio), hicieron de Bly una mujer célebre y cambiaron por completo el periodismo.
No tenemos noticias de que Bly tuviera imitadoras en la prensa española de la época, aunque sí es cierto que el nombre de Bly se puede encontrar en los medios del momento. Solo hay que hacer una búsqueda en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España con un rango de 1887 a 1890 para encontrar menciones al siguiente gran reportaje de la periodista estadounidense, cuando intentó recorrer el mundo en menos de 80 días. En La Ilustración Española y Americana incluyen incluso un retrato de la viajera y un breve en el que comentan la aventura y las razones que impulsaron a Bly a iniciar el viaje.
Pioneras del periodismo en España
En la época en la que Nellie Bly estaba escribiendo sobre las horribles condiciones de vida del manicomio de la isla de Blackwell en España también había mujeres periodistas. La primera mujer periodista de la historia de España trabajaba, de hecho, en el siglo XVII, como apunta en La mujer y la prensa Mercedes Roig. Francisca de Aculodi fue la directora y fundadora de Noticias principales y verdaderas, que se publicó en San Sebastián durante dos años y que era una versión de un periódico que se editaba en Bruselas. Aculodi no solo hacía, en términos periodísticos del presente, un fusilado de las noticias del diario bruselense, sino que añadía también temas propios y locales. Aculodi podría ser incluso, como se recordaba en un artículo reciente en prensa al hilo de un premio con su nombre que ha fundado la Universidad del País Vasco, la primera periodista de la historia de la que se tiene constancia, adelantando a la británica Elizabeth Mallet (la recurrente primera periodista/editora de periódicos de las listas) en 19 años.
Aculodi podría considerarse más una figura curiosa que un principio de una tendencia, ya que en realidad habría que esperar unos cuantos años, décadas y hasta siglos para ver a las mujeres de forma recurrente en la prensa escrita. Se podría decir que la mujer entra en los medios en España durante el siglo XIX, cuando además empieza ‘en serio’ la prensa femenina. Los periódicos de moda y ‘del Bello Sexo’ comienzan a ser más y más habituales, intentando conectar con las mujeres como lectoras y creando una nueva oportunidad para las mujeres como autoras. Las mujeres, como periodistas, estarán muy ligadas a esas cabeceras y a esos contenidos. No por ello entrarán en masa en los periódicos (se considera que la primera mujer en entrar en plantilla de un diario de forma estable fue Colombine, en 1903), aunque su presencia estará ahí. Cuando empezó el siglo XX, tanto las páginas de moda como la presencia de las mujeres en prensa era recurrente (algo que iba bastante ligado).
Las mujeres escribían de ‘temas de mujeres’, o lo que los responsables de los periódicos de entonces consideraban que eran temas de mujeres. Escribían las páginas de moda, la crónica social, los temas de teatro o temas culturales más o menos inofensivos. Con el paso del tiempo, fueron entrando en más escenarios y fueron empezando a cubrir más áreas temáticas. Colombine y Sofía Casanova pueden ser consideradas, de hecho, las primeras corresponsales de guerra en España. Colombine cubrió la guerra de África (aunque como explica Manuela Marín en un análisis sobre las mujeres que cubrieron la guerra en Marruecos a comienzos del siglo XX no lo hizo como enviada especial de su diario y no fue tomada tan en serio) y Sofía Casanova hizo lo propio un par de años más tarde para ABC sobre la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa (Casanova vivía en Polonia y la guerra llegó hasta la puerta de su casa). No fueron las únicas mujeres que escribieron sobre temas que se podrían considerar osados. Teresa de Escoriaza fue otra mujer sorprendente de ese período, que fue primero corresponsal en Nueva York con el pseudónimo Félix de Haro y luego enviada especial (esta vez sí) en la guerra en Marruecos en los años 20. Escoriaza no es muy recordada hoy en día, aunque su biografía y su trayectoria (hay un interesante artículo de Marta Palenque en Arbor sobre ello) es fascinante.
Estas mujeres osadas fueron las que marcaron la pauta y las que iniciaron el camino, un camino que no podía permanecer ajeno también a los cambios sociales. A medida que iban irrumpiendo las ‘modernas’, las cosas iban cambiando. Las mujeres de los años 20 y 30 fueron adquiriendo cada vez más libertad y conquistando más espacios y los medios de comunicación no quedaron al margen de ello. Es una cuestión bastante lógica, en realidad. Esas nuevas mujeres querrían leer sobre las cosas que les interesasen y desde su punto de vista. Las revistas de los años 30 están llenas de artículos sobre mujeres que hacen cosas (aunque, eso sí, sin que se libren de un cierto tufillo paternalista y condescendiente en unas cuantas ocasiones), llenas de anuncios para mujeres y sobre mujeres (como por ejemplo uno de unas pastillas en los que es una mecanógrafa la que les da las pastillas a otra, introduciendo a las mujeres profesionales) y empiezan a contar con cada vez más firmas femeninas.
Ya entre 1915 y 1920 circulaba un cuplé, como recoge Susan Kirkpatrick en Mujer, modernismo y vanguardia en España (1898-1931), protagonizado por la “más gentil periodista, repórter ideal”.
La repórter ideal al filo de la noticia
Y así, hablando de repórters ideales y de mujeres modernas, se vuelve a la Josefina Carabias cuyos calcetines dieron para una breve crónica parlamentaria en agosto del 33. Carabias fue una de esas mujeres pioneras que consiguieron romper con la tendencia y que escaparon de las páginas de moda. Josefina Carabias escribía sobre los tradicionales ‘temas serios’ y era, de entrada, periodista parlamentaria. Las fotos que acompañan los artículos que publica en las revistas ilustradas (entonces era habitual meter al periodista en acción en esas fotos) la muestran como una chica joven, a la moda, moderna.
En el documental Nosotras que contamos. Josefina Carabias y las pioneras del periodismo español, de TVE, aseguran que fue la primera mujer en vivir por completo de periodismo y la primera en cambiar el tipo de contenido que escribían las mujeres. Carabias, que se sacó el título de Bachiller a pesar del disgusto de su familia (como apunta su hija en el documental) y que acabó Derecho, acabó en el periodismo por casualidad, pero se convirtió en una de sus figuras más destacadas durante los años 30. Carabias era una mujer popular, una periodista moderna, y posiblemente también el icono de un tipo de mujer nuevo. Aunque empezó como periodista parlamentaria, Carabias era una periodista todoterreno, que cubría muchos más tipos de temas, incluidos esos temas de periodismo de investigación que Nellie Bly hacía unas cuantas décadas antes que ella.
Carabias es una de las, al menos, tres periodistas infiltradas españolas de los años 30, autoras que no solo contaban lo que veían, sino que vivían la noticia.
Las periodistas de inmersión
Se podría decir que la Nellie Bly española, la mujer que puso este tipo de contenidos sobre la mesa, es Magda Donato. Donato es otra figura fascinante de la historia del periodismo en España y que debería ser recuperada. Donato, que se llamaba en realidad Carmen Eva Nelken, era la hermana pequeña de Margarita Nelken, una de las tres primeras diputadas de la historia de España, lo que le ha asegurado aparecer al menos como pie de página en las historias sobre su hermana. Lo cierto, sin embargo, es que Magda Donato es muchísimo más que un pie de página. Su carrera como periodista empezó a finales de la década de los 10, cuando aún era muy joven, y continuó durante las décadas siguientes, hasta que tuvo que partir al exilio tras la Guerra Civil. A todo ello se sumó una carrera en el teatro (fue actriz más o menos amateur, pero sobre todo fue autora de teatro para niños), un papel clave en el feminismo de la época y una carrera literaria como autora y traductora.
Magda Donato es posiblemente la más fácil de leer en la actualidad de estas periodistas del pasado. ArCiBel editó no hace mucho Cómo vive la mujer en España, las crónicas que escribió justo de forma paralela a la proclamación de la II República, sobre cómo eran las mujeres españolas y Renacimiento lanzó hace unos años una edición muy buena de sus Reportajes. Ambas ediciones están prologadas por Margherita Bernard, que añade una capa de información sobre la periodista que sirve para establecer contacto con su biografía. Reportajes, el volumen publicado por Renacimiento, es, a pesar de su título aséptico, la puerta de entrada a la parte más interesante de la carrera como periodista de Magda Donato. Donato, quien también escribió páginas y más páginas de moda y ‘temas de mujeres’, se descubre aquí como una periodista ultramoderna. Se convierte en una periodista infiltrada por el bien de la noticia.
Sus “reportajes vividos”, como ella los llamaba, aparecieron a lo largo de los años 30 (el primero es de 1932) en el diario Ahora, uno de los grandes periódicos modernos de la época. Durante esos años, Donato se infiltró en un sanatorio psiquiátrico, se convirtió en la secretaria de un adivino, fue cómica de la legua o se adentró en la cárcel, entre otros muchos temas, para ver cómo eran las cosas de verdad. Sus reportajes eran muy populares, se anunciaban de forma recurrente en los medios y Donato era homenajeada de forma habitual en comidas y actos similares, pero ¿sentaron cátedra estos reportajes? ¿Había más mujeres haciendo periodismo infiltrado en los años de la II República?
Investigando sobre la escritora de la época Luisa Carnés en la muy útil Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España para un artículo tras la publicación hace unos meses por Hojas de Lata de su novela Tea Rooms, me encontré con un par de historias en Estampa, una de las revistas ilustradas más populares de esos años, en los que Carnés se convertía en periodista de incógnito. Y si Carnés había seguido la senda de Donato, podría haber más autoras.
Encontrarlas no es fácil, ya que no existen volúmenes fácilmente accesibles y contemporáneos que recojan sus crónicas más allá de los citados de Magda Donato. Sobre Josefina Carabias y sus trabajos periodísticos durante la II República publicó en los 90 Temas de Hoy Crónicas de la República. Lo he comprado de segunda mano, pero como suele ocurrir con las cosas que se desean fervientemente ha habido un problema con el envío, aún no ha llegado y no puedo saber qué es lo que esconde y si es una llave para descubrir su carrera como periodista infiltrada. La ya citada Hemeroteca Digital y la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura han sido por tanto el recurso a emplear para localizar a esas posibles periodistas de incógnito. Ambas permiten hacer búsquedas con un buscador, que fue una de las maneras usadas para obtener datos. Para encontrar a estas periodistas infiltradas se usaron varias palabras clave, proceso que se completó con un visionado hoja a hoja de los ejemplares de las revistas Crónica entre 1930 y 1932 y Estampa entre 1932 y julio de 1936. Sin duda, ambas revistas merecerían un estudio más en profundidad y se podrían añadir muchas más cabeceras en el visionado página a página (como el periódico Ahora), pero con el tiempo destinado a un reportaje (y no a una tesis o un ensayo) no se pueden abarcar objetivos tan amplios. Este tipo de búsqueda limitado permite, sin embargo, tener un primer contacto.
Carabias, Carnés y Donato
Explica en la introducción a los Reportajes de Magda Donato Margherita Bernard, que las crónicas de Donato se hicieron muy populares, generando además mucho interés por los lectores. Se podría decir, usando el lenguaje de internet, que los reportajes de Donato eran virales: los lectores escribían al periódico, debatían sobre ellos y se generaba polémica y debate sobre si eran o no completamente verídicos. Cuando ocurre algo así (y solo hay que observar a los medios en un momento cualquiera para verlo), se suele producir un efecto contagio. Si algo triunfa, todo el mundo quiere sacarle partido.
El primero de los reportajes vividos de Magda Donato apareció en abril de 1932. En los ejemplares de Crónica de los años 30, 31 y 32 hay muchos contenidos, muchos muy diversos, pero no hay nada que se pueda comparar. En los de Estampa analizados, posteriores a la publicación del primero de los artículos de Donato, se pueden empezar ya a encontrar este tipo de contenidos, que no necesariamente tienen firma femenina para emular a Donato. Varios hombres firman reportajes escritos en primera persona y en los que recogen sus propias vivencias como infiltrados, como periodistas inmersos en la noticia. Hay desde que el que pasa “25 minutos casado en Rusia” (para hablar de lo fácil que es divorciarse en la URSS), hasta el que se va a pasar un mes con unos contrabandistas o el que se hace vagabundo durante una temporada. En Estampa es también donde publica sus reportajes de incógnito Luisa Carnés.
Se podría decir que Carnés ya había hecho antes uso de lo que había vivido, al menos si se lee de ese modo la novela antes mencionada, Tea Rooms. Luisa Carnés, una mujer de clase obrera que había pasado de ser sombrerera a ser periodista y escritora gracias a la autoformación, se había convertido en la escritora de moda a finales de los años 20. Su primer libro tuvo muy buenas críticas y estuvo además apoyado por la primera casa editorial moderna española, la primera que sabía usar el marketing para hacer que todo el mundo hablase de sus libros. La casa de edición quebró poco después y Carnés, que estaba empezando a hacer carrera como autora, perdió su posición. Se mudó, tuvo un hijo y volvió a Madrid entre 1932-33, aunque no pudo retomar su carrera como escritora. Tuvo que trabajar en una pastelería, una tea-room, para subsistir, aunque de sus experiencias sacó el material para su novela.
Tras vender cafés y bollos y publicar su testimonio, logró encauzar nuevamente su carrera como autora y escribir en diferentes medios de temas de lo más diverso. Entre esos artículos, hay unos cuantos reportajes de gran calidad y que entran dentro del periodismo infiltrado. En Ahora publicó Seis días en un teatro de revistas. Carnés no es aquí una aspirante a actriz, sino una mera observadora. La gente del teatro sabía que ella era periodista y ella estaba allí viéndolo todo, observándolo todo, pero el resultado es también muy interesante. Carnés saca de su experiencia una serie de reportajes (se publicaron a lo largo de una semana de mayo de 1935) que siguen resultando frescos y modernos 80 años después y una lectura que engancha. La periodista logra capturar giros, momentos y diálogos, en una especie de nuevo periodismo avant la lettre.
En Estampa, además de una serie de reportajes sobre las criadas de personajes famosos y muchísimos artículos de los temas más variados (desde misses, un tema recurrente en los medios de la época, hasta huérfanos criados en la sierra de Ávila), sí fue no solo observadora sino también parte de la noticia. Los temas son más breves, menos profundos que esos días que estuvo en un teatro de revistas, y menos peligrosos que los que protagonizaba Donato. Luisa Carnés fue a un casting para cine, se recorrió las calles buscando trabajo, fue aprendiz de peluquera y se adentró en el mundo del lujo como vendedora de un modisto (el más extenso de los reportajes y que se publicó por entregas). En los dos primeros, Carnés no necesitaba más trucos que presentarse a lo que tocaba. En los dos segundos, logró el trabajo de otro modo. En la peluquería, fue una amiga quien le consiguió el trabajo. En la tienda de modas, fue el propio modisto el que le permitió trabajar allí infiltrada (y se ganó el anonimato). Nadie sabía, por supuesto, que Carnés era periodista.
Josefina Carabias hizo periodismo infiltrado para la competencia de Estampa, la revista Crónica. Carabias, ya entonces una periodista famosa, fue, durante una semana, doncella de un hotel sin que nadie, absolutamente nadie, lo supiese. De hecho, cuando el fotógrafo fue a hacer las fotos que ilustraban el reportaje sus compañeras se metían con ella diciéndole que claramente el fotógrafo se había quedado prendado de ella y por eso aparecía en todas las fotos (entre ellas, pensando que Carabias no escuchaba, comentaban que era un poco fresca, porque la habían pillado guiñándole el ojo al fotógrafo).
La serie de reportajes sobre Carabias como doncella de hotel no están publicados de forma exenta, aunque bien merecería la pena que alguna editorial lo hiciese, porque los textos son tan frescos como los de Carnés (que tampoco están más que en los periódicos de aquella época) y brutalmente divertidos. Además, dicen mucho sobre las mujeres de entonces, sobre las condiciones de trabajo de las mujeres obreras (y aquí se podría decir que todo es poco divertido…) y sobre las periodistas del momento. Carabias no quiere servir en la habitación de un ministro porque está segura de que la va a reconocer (y no quiere poner en peligro su reportaje) y está igualmente segura de que, si lo hace, se va a creer que está allí para hacerle una “interview original”. En otro momento, la doncella Carmen (Josefina Carabias infiltrada) escucha como una señora le comenta a su marido cómo está el mundo echado a perder. ¡La doncella lleva el cabello corto y los labios pintados!
No es el único reportaje en primera persona que escribe Carabias de este estilo, aunque sí el más ambicioso. También va a una agencia matrimonial a buscar marido para una amiga (punto de partida para investigar los anuncios matrimoniales de moda) y (un clásico del periodismo infiltrado, además del de Carnés también hay uno de Magda Donato) a buscar trabajo. Josefina Carabias opta más que por la primera persona que sufre el proceso, por la primera persona que ve el mismo. Se convierte en una suerte de secretaria que asiste a un proceso de selección de mecanógrafas.
Todos estos reportajes resultan brutalmente modernos. Por modernos se debe entender no tanto el contenido que abarcan (que también) sino más bien el cómo lo cuentan. Las tres autoras han creado reportajes que trascienden más allá del tiempo, que siguen logrando conectar con los lectores y que siguen manteniendo el interés hasta el final de la lectura. Tanto Carnés como Carabias y por supuesto Donato son autoras increíblemente talentosas, que logran capturar lo que les rodea usando los recursos del lenguaje con talento. En una de las primeras crónicas de Carabias que se pueden encontrar en la Hemeroteca Digital, de 1931, por ejemplo, la periodista se adentra en el Congreso de los Diputados, donde un grupo de mujeres está en medio de una protesta para reclamar que el sufragio universal se incluya en las leyes de la naciente II República. Josefina Carabias va captando acciones y, sobre todo, líneas de diálogo (como el diputado que exclama: “¡Pues las hay muy guapas! ¡Verdaderamente no sabe uno para qué quieren el voto!”) para mostrar lo que está ocurriendo con un par de pinceladas que, sin embargo, construyen un texto muy profundo.
En definitiva, no solo estas autoras son pioneras de un género ultramoderno, como es el del periodismo de inmersión, sino que además son autoras de una calidad abrumadora. Son las olvidadas maestras del periodismo de calidad español.
Fotos: Mundo Gráfico, Crónica, Estampa, en Hemeroteca Digital