Cuando entrevistas a un autor que ha publicado una obra que te ha gustado especialmente, siempre tienes un ligero temor antes de empezar la entrevista por si el escritor que ha creado ese libro que amas resulta una suerte de decepción. Al fin y al cabo, se puede escribir muy bien y ser cero simpático. Por fortuna, Rosa Ribas, la coautora de las novelas de misterio protagonizadas por Ana Martí, la periodista barcelonesa de la posguerra a la que conocimos en Don de lenguas, no entra en esa categoría y hablar con ella ha sido tan interesante como todo fan de Ana Martí podría esperar.
La periodista ha vuelto en El gran frío, la última entrega de sus aventuras escritas a dos manos por Rosa Ribas y Sabine Hofmann y que es uno de los lanzamientos del verano de Siruela. Estamos cuatro años después del punto final de Don de lenguas y la vida de Ana ha cambiado, aunque no necesariamente para mejor. Su relación con Pablo no ha prosperado, su éxito con los artículos sobre el caso anterior acabó echándola de La Vanguardia (una mujer, ya sabéis, no debería ser tan famosa) y ahora escribe en una revista femenina consejos de estilo y moda y, sobre todo, noticias truculentas de sucesos en El Caso bajo pseudónimo.
Uno de esos casos es el material que articula el libro: en febrero de 1956, en uno de los inviernos más fríos que se recuerdan, llega a la redacción de El Caso noticia de una niña, en un pueblo perdido en el Maestrazgo aragonés, que sufre estigmas y que se ha convertido en, como la han bautizado sus vecinos, la pequeña Santita. A Ana le toca entonces marchar a Teruel y descubrir cuánto de verdad hay en esa historia de fe, secretos y extraños sucesos en un pueblo aislado y remoto, donde esta vez tendrá que resolver el misterio sin la ayuda de su prima Beatriz.
Estoy un poco preocupada por la madre de Ana, la protagonista (en las primeras páginas nos la encontramos entregada a los rezos para mejorar la vida amorosa de su hija). ¿Va a encontrar algún día ese marido que busca para su hija?
Se ríe. Sería adelantar mucho, sobre todo cuando solo nos queda una novela…
Entonces, eso sí que no lo sabía, la serie es una trilogía. ¿No va a haber más libros después de esta novela que tenéis prevista?
No, porque lo habíamos pensado como un conjunto de tres novelas. Más que una trilogía, es un tríptico con Don de lenguas como novela central, con El gran frío como una novela rural en la que Ana está prácticamente sola y con una novela en la que recuperamos algunos de los personajes de Don de lenguas pero con un pequeño salto en el tiempo. Pero ya cerramos, dando un panorama de los 50. No queremos una serie que se haga demasiado larga o que se haga mecánica. Por eso ahora también con El gran frío hemos procurado no seguir el esquema de Don de lenguas, que era una novela urbana, con muchas perspectivas diferentes. Aquí cambiamos a solo dos perspectivas, es rural y es muy distinta. Para la tercera tenemos pensado otro enfoque. Se trata de no convertirlo en una de esas series que se vuelven repetitivas, que parecen hechas con una plantilla.
Como fan de Ana debo decir que esto es una muy mala noticia
Risas. Al principio te parece que tres novelas es mucho, pero ahora que solo te queda una empiezas a pensar ‘pero ya está, no vamos a trabajar más con ella’. Pero… no me tientes…
¿Y estáis ya trabajando en la tercera novela o tenéis una fecha prevista para ello?
Ahora estamos descansando un poco, porque el trabajo en Don de lenguas y El gran frío ha sido bastante seguido. Estamos es empezando a reunir datos, pero no nos queremos dar prisa. Queremos hacerlo como con las otras dos: que la novela estaba acabada cuando estaba acabada, no queremos hacerlo con presiones. Pero yo creo que seguramente pronto nos picará el gusanillo. Aunque sin prisas. Si no, creo que el lector nota cuando no está bien acabado, cuando lo has hecho bajo presión.
Una de las cosas que más me impresiona tanto de la primera novela como la segunda es la increíble labor de documentación histórica que el lector puede sentir que hay detrás de este trabajo. ¿Cuánto tiempo habéis dedicado a hacer las pinceladas de este contexto histórico?
Con la primera novela estuvimos mucho más tiempo, porque con esa novela fue con la que estuvimos documentándonos y recopilando muchísimo. Con la segunda novela, hemos podido aprovechar lo que hemos averiguado, leído, escuchado… Pero la primera tuvo una larga fase. Primero estuvimos un año construyendo la novela, pero a medida que ibas avanzando iban surgiendo preguntas y temas que tenías que documentar. Fue bastante trabajo, aunque a las dos nos gustó mucho. Y con la segunda teníamos esta renta de conocimientos y de imágenes, aunque hemos tenido que documentarnos sobre lo que era la España rural de los 50. Hemos tenido mucha suerte porque además de todo el material que encuentras, como las bibliografías o las hemerotecas (donde ya no solo las noticias sino también los anuncios que dicen mucho de la época ), hemos tenido también muy buenos informantes, que han vivido la época y nos han contado sus anécdotas.
En los agradecimientos de la novela comentáis que los propios lectores os han contado cosas de la época.
Esto ha sido muy bonito, porque nos mandaban correos. Y aparecía alguien que decía ‘yo recuerdo tal o yo estuve en tal y tal sitio’ y te contaban cómo era todo. En los clubes de lectura, sobre todo, donde te encuentras con mucha gente mayor que recuerda la época. Eso nos ha venido muy bien. Y además te reafirma porque te dicen que sí era así como lo estás narrando. Entonces sabes que lo has hecho bien.
Uno de los factores más interesantes de estas dos obras es que están escritas a dos manos. ¿Cómo os ponéis de acuerdo? ¿Cómo conseguís que el lector no note quién ha escrito qué?
Eso era muy importante: que no se notara. El lector no tiene que tropezar con dos estilos. En Don de lenguas como escribimos las dos y cada una tenía unos capítulos, teníamos un pacto. Sabine escribe en alemán, yo en español. Después nos íbamos traduciendo mutuamente, pero de la versión en español la responsable final soy yo. Cuando todo el texto estaba terminado, yo tomé toda la novela como si fuera mía sola y la hice mía, estilísticamente. Sabine hizo lo mismo con la versión alemana, para que el lector no note la diferencia. En la versión española se la pasamos a una filóloga que hace peritajes lingüísticos. Cuando nos dijo que no conseguía ver quién había escrito qué, la dimos por buena.
En El gran frío hemos trabajado de forma diferente. Hemos pensado la historia juntas, hemos desarrollado los personajes, hemos esquematizado toda la novela y todos los capítulos, pero la he escrito casi toda yo. Sabine escribió un par de capítulos. Ella lo que hacía era leer, comentar y las críticas. Al escribir un par de capítulos ella estaba dentro también, tenía la mirada interna y podía conectar mejor con el texto.
Otra cosa que imagino que será uno de los puntos más difíciles de escribir una novela como esta es hacer que Ana sea realmente una mujer de los años 50 y no una mujer de hoy en día. ¿Cómo habéis construido a este personaje para que no sea una mujer de hoy en día trasplantada a los años 50?
Es uno de los puntos importantes de nuestro trabajo. No queríamos que fuese un personaje anacrónico. A mí eso me molesta mucho en algunas novelas, que la mujer en la Edad Media piense como una mujer del siglo XXI, por ejemplo. Hemos intentando captar también en la protagonista la mentalidad de la época: es una mujer extraordinaria, pero es una mujer de su momento. Tiene ambiciones, pero como vemos tiene también grandes limitaciones. Han pasado cuatro años y Ana ya vemos donde está: A pesar de todo su trabajo, su éxito ha sido perjudicial para ella. Además, en su forma de hablar, en su forma de dirigirse a la gente, hemos intentado que se comporte como una mujer de la época. No es una mujer agresiva o echada para delante y no tiene un discurso feminista de nuestros tiempos. Hemos intentando mantenerla dentro de los límites de su época. Es una mujer avanzada para su época, pero es una mujer de los 50.
Imagino que si construir a Ana fue complicado, construir a los personajes con los que se encuentra al llegar al pueblo de Teruel fue todavía más difícil, porque la diferencia es incluso más lejana
Claro, nos vamos a un mundo casi desconocido. La parte creativa era meterse en la mente de gente que estaba en el mundo rural en los años 50. Intentar captar esa cerrazón, esas redes de secretos, de cosas que se saben y mostrar cómo la gente está sometida, asustada.
La realidad tras la ficción
La novela está ambientada en un pueblo de Teruel, un lugar que en los 50 era incluso un poco más aislado que las ciudades de la España de la época. Ana tiene que hacer un duro camino en autobús para llegar hasta allí y se encuentra con un modo de vida que es más complejo, más cerrado, que el que ella conoce de la ciudad. Le preguntamos a Rosa Ribas por qué Teruel y ella nos comenta que la elección tuvo mucho que ver con lo que conoce. “Buscábamos un paisaje que fuese duro, agreste”, señala. Su familia es de la zona del Maestrazgo en la parte que corresponde a Castellón, aunque decidieron pasarlo para la parte de Teruel para evitar esa tentación que tenemos todos los lectores de leer las cosas en clave. No querían que se desvirtuase la historia lanzándonos a pensar si eso pasó o no pasó en el pueblo de su abuelo. “La historia es más universal”, apunta.
En lo que siempre caemos los lectores es siempre pensar cuánto hay de realidad en la historia que leemos. Con una historia así acabas pensando, ¿habría una niña así, con estigmas en la España de los 50?
Hay historias tremebundas en esa época. Muchas historias de apariciones, de milagros, de estigmas… Sirvió un poco, para recrear toda esta fe irracional, el caso de Josefina Vilaseca, que se menciona en la novela, aunque es otra historia y no tiene nada que ver con la novela. Era una niña que murió después de un intento de violación y la convirtieron en una defensora de la virtud, la María Goretti de Cataluña. Se montaron peregrinaciones, el entierro fue un acto de masas, se le atribuyeron milagros… Leí un libro de una periodista que ha investigado ahora el caso y que llegó a la conclusión de que había sido una tapadera para esconder abusos que sufría la niña por parte del cura. Hay un NODO en el que se puede ver el entierro de Josefina Vilaseca y asusta ver esas masas de gente llegada de todas partes pidiendo milagros a una niña que se ha muerto de una infección.
En la novela, de hecho, una de las cosas que más impacta es ver como el pueblo se entrega a la pasión por la Santita sin cuestionarse nada.
La intención era mostrar en ese ambiente claustrofóbico el poder del fanatismo y como se alimenta de la ignorancia y como lo alimentan algunas personas por sus intereses. Este es uno de los temas fundamentales de la novela.
Foto ©Klaus Reichenberger, cortesía de Siruela