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No son pocos los escritores que, cuando se les pregunta por el mejor consejo que pueden dar a un aspirante a autor, hablan de la importancia de la lectura. Antes de sentarse a escribir, dicen, hay que sentarse a leer. Al fin y al cabo, viendo cómo escriben los demás se logra comprender cómo se construyen las historias. Y los autores no son como complejos separados del mundo: en todos ellos se pueden encontrar rasgos, trazos, de otros autores y de otras historias que son sus maestros. Por todo ello, conocer las bibliotecas de los escritores famosos o que forman parte de la historia de la literatura es tan importante y tan interesante. Cuando se leen textos sobre escritores de la historia de la literatura, se suelen encontrar capítulos o ensayos que intentan recuperar la lista de libros a los que tenían acceso y que son sus, por tanto, lecciones literarias. Pero lo cierto es que no solo resulta interesante leer lo que leían los escritores del pasado: también es fascinante ver lo que leen los autores del presente.

delibes_biblioEn esa línea se sitúa Los reinos de papel, el libro de Jesús Marchamalo que acaba de publicar Siruela y que se adentra en las bibliotecas de varios escritores. El libro viene además acompañado por varias fotos en cada capítulo de las bibliotecas de los escritores.

A diferencia de lo que suele ocurrir cuando hablamos de libros sobre escritores (ya sean sus costumbres, rituales o rarezas), en este caso no nos encontramos con una avalancha de autores anglosajones como protagonistas (pues anglosajones suelen ser en origen esos libros sobre escritores), sino sobre autores españoles. Marchamalo publicó los textos sobre las diferentes bibliotecas en un principio como artículos en el suplemento cultural de El Norte de Castilla. El libro es una de esas lecturas que fascinan a los librópatas, ya que permite adentrarnos en un terreno que siempre nos es vedado, como es el de las bambalinas de los autores que leemos.

Por supuesto, de la lectura también se pueden sacar unas cuantas curiosidades. En líneas generales, sorprende lo poco ‘amigos’ del formato electrónico que parecen los autores. Solo una escritora, Rosa Montero, habla en este libro sobre ebooks cuando describe su biblioteca. Montero reconoce que prefiere leer en papel, pero es la única que apunta que también compra ebooks. No es la única curiosidad sobre libros y autores: ellos también compran estanterías Billy, como todo hijo de vecino. Puede parecer que con ello acaban con nuestra imagen romántica de la biblioteca del autor y sus estanterías dignas de un museo. Los escritores del presente también han descubierto Ikea y sus muebles y los apaños que hacen para aprovechar el espacio.

Pero esa no es la única cuestión que hace que se rompa la visión una tanto romántica de cómo son las bibliotecas de los escritores. Ellos también pierden libros en mudanzas, sufren imprevistos como inundaciones o ven como hijos y mascotas dejan su huella en los contenidos de la biblioteca personal.

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Sobre cómo son las bibliotecas de los escritores se podría decir que hay tantos tipos de bibliotecas como escritores hay. Hay quienes tienen bibliotecas ultraordenadas, quienes prefieren el caos, quienes lo alfabetizan todo y quienes aborrecen ese sistema o hasta quienes le han puesto un piso a los libros (que sí, Marchamalo recoge un caso).

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Demasiados libros

Algo que se repite en el libro y en las entrevistas que Marchamalo hace a los autores es la imposibilidad de leer todo lo que se recibe o, mejor dicho, de guardar todo lo que llega. Muchos autores hablan de libros que regalan o que dejan en librerías de viejo para ser puestos nuevamente en circulación e incluso de limpiezas que han llegado a hacer para vaciar un poco sus bibliotecas. En sus casas entran muchos libros (no todos comprados: editoriales y escritores mandan libros a otros autores para que los lean), lo que genera una avalancha de títulos.

Como recuerda Manuel Vicent en el capítulo sobre su biblioteca a Dámaso Alonso le preguntaron una vez a qué dedica su día a día en una entrevista: “Pues nada, hijo, me levanto, desayuno, me visto y me pongo ahí en la puerta, con los brazos abiertos, para que no entre un solo libro más en esta casa”.

Fotos cortesía Siruela y, por orden de arriba a abajo, bibliotecas de Javier Gomá, Miguel Delibes, Bernardo Atxaga y Elvira Lindo