libreria

Una de las cosas que tenemos muy claras en la redacción de Librópatas es que, si pudiésemos escoger a qué dedicarnos, seríamos libreras. Desde el mundo de los libreros reales ya nos han explicado que nuestra visión de trabajar en una librería es demasiado idílica, pero no dejamos que la realidad nos estropee nuestros sueños. Por ello, insistimos, soñamos con ser libreras. Ser librero parece además el mejor trabajo posible para un escritor, el más adecuado para ganarse el pan. No es un habitual, aún así, en la lista de trabajos con los que los escritores se ganaban la vida, aunque hemos encontrado unos cuantos ejemplos de escritores que trabajaron como libreros.

Samuel Richardson. Richardson no era exactamente un librero como lo conocemos hoy en día, sino un impresor, aunque en el pasado los impresores también vendían libros, así que lo incluimos en la lista. Su inclusión viene marcada además por el hecho de que su trabajo fue el que le convirtió en escritor y en el autor de uno de los grandes best-sellers del siglo XVIII, Pamela. Richardson escribía un manual sobre escribir cartas, porque era el tipo de libro que tenía mucha demanda.  Mientras escribía dos modelos de cartas vio que aquello tenía potencial para ser una novela (y una bien vendida), así que se puso manos a la obra.

George Orwell. Orwell trabajó como librero en uno de los momentos en los que económicamente estaba peor, como nos cuenta en Rituales cotidianos Mason Currey. Acaba de publicar Sin blanca en París y Londres, pero ya sabemos que un libro no da para vivir eternamente de rentas. Su tía acudió al rescate. Orwell empezó a trabajar como asistente en Boooklovers’ Corner, trabajando a tiempo parcial en la librería. Tenía 31 años, tenía que trabajar una hora por las mañanas y cuatro por la tarde en la librería y contaba con mucho tiempo para escribir, pasear y hacer vida social.

Penelope Fitzgerald. Fitzgerald tuvo que trabajar en librerías, un trabajo como el de Orwell alimentario con el que manternerse y mantener a su familia. Desmond, su marido, había sido soldado durante la II Guerra Mundial y, cuando volvió del frente, se convirtió en alcohólico. Su carrera profesional como abogado no duró mucho, ya que fue acusado (y encontrado culpable) de dar cheques falsos. Penelope Fitzgerald tuvo que encadenar trabajos para mantener a los tres hijos de la pareja. Entre los lugares en los que trabajó estuvo una pequeña librería en un pueblo costero de Suffolk. La experiencia le sirvió para una novela.

Emma Straub. Es una de esas autoras estadounidenses de las que empiezan a hablar los medios y trabajó en una librería. Tanto es así que cuando publicó su primer libro, no solo lo vendió en la librería en la que trabajaba sino que además intentó convencer en vivo y en directo a los compradores con una nota manuscrita de que tenían que llevárselo. No es la única autora contemporánea estadounidense que trabajó en librerías. Jonathan Lethem empezó trabajando en librerías de viejo, por ejemplo.

Foto Alexandre Duret-Lutz