Ya nos cuenta en Las buenas chicas no leen novelas de Francesca Serra que leer novelas se consideró siempre bastante peligroso. Las buenas chicas no leían novelas, porque las novelas eran la manera de entregarse a las pasiones (y eso ya sabemos que muy bien no estaba). Y en Dangerous books for girls, Maya Rodale hace una aproximación al género romántico (y por qué tiene tan mala fama) y recuerda que uno de los puntos que han hecho que estos libros estén históricamente tan mal vistos están en que son lecturas de escapismo, son lecturas firmadas por mujeres y son lecturas que hablan del amor desde el punto de vista femenino (ella es la que se lleva lo que quiere).
Sea por las razones que sea, sea porque las novelas abrían las puertas a un mundo diferente y permitían soñar con una vida alternativa o sea por cuestiones religiosas y culturales, leer novelas no era siempre bien visto. Y ser lectora de novelas era, a lo largo de la historia, una cuestión sobre cuyos peligros se alertaba. La lectora de novelas estaba a un paso de que le pasasen muchas, muchísimas desgracias.
¿Qué maldiciones bíblicas te podían caer si leías novelas (y eras mujer: los hombres ya sabemos que leían/leen cosas más serias)? Peinar los viejos periódicos en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional (una de esas webs que tenemos entre nuestros incuestionables favoritos online) permite encontrar unos cuantos ejemplos.
– Leer novelas te quita el sueño
Este inquietante caso aparece en El criterio médico, una publicación de la comunidad médica, en 1863.
Una joven (en la versión original jóven) de treinta años, nerviosa, erótica, probablemente entregada al onanismo, lectora de novelas, trasnochadora y a la cual le daban las doce del día en la cama, le sobrevino un insomnio de muchos meses, que no pudo vencerse alopáticamente (sic, sea lo que sea esto) con los calmantes conocidos, administrados por muchas semanas por dos médicos bien recetadores. Pues bien; una dosis de coffea, 30º, la sofocó la primera noche y desde la segunda ya pudo dormir.
Si os preguntáis que es la coffea (yo lo hice) es… ¡¡los cafetos!! Sí, a la joven erótica, nerviosa, quizás onanista y decididamente lectora de novelas la trataron con café.
– Alguien que no tiene los pies en la tierra
En una especie de viral del pasado (lo vi en muchos más periódicos que este e incluso en fechas anteriores, pero aquí se leía mejor), hay un texto en el que se conjuga el verbo amar. A cada persona le piden que conjugue con amar (y claro, todos son clichés: la «coqueta» dice «amen ustedes») y por supuesto también aparece nuestra querida lectora de novelas. Lo hemos sacado de una reproducción en El periódico para todos (Madrid, 20 de enero de 1879)
Una lectora de novelas: ¡Si yo fuese amada de ese modo!
– Alguien que acabará trastornada
En El Heraldo de Madrid, el 15 de julio de 1892, nos cuentan los casos que han logrado salvar en la Sociedad de hipnologia y de psicología, que se había fundado en París en 1889 y que «se dedica principalmente al estudio de las curaciones médicas por medio de la sugestión». Por supuesto, todo esto es un poco espectáculo (nos cuentan que a las sesiones va «un auditorio muy numeroso, en el que el elemento femenino constituye una respetable minoría») y hay grandes curas de casos terribles. Curaron a un hombre al que un golpe en la nuca no le dejaba mover la cabeza y también a una mujer víctima de la «obsesión apasionada». Obviamente, esta mujer era una lectora de novelas.
Era una joven, madre de un niño aún pequeñito y asidua lectora de novelas de folletín; tenía el espírito poseído por una obsesión de tal modo, que pretendió degollar a su hijo. Felizmente se pudo evitar la criminal tentativa.
La cura fue hacer que se mudase a la casa del médico y someterla a varias sesiones (e impedir entremedias que matase a su hijo) No nos cuentan si le prohibieron leer entre medias, pero casi lo damos por asumido.
– Una víctima proclive para un gran drama amoroso
«Los periódicos franceses reseñaron una historia que tiene todos los caracteres de una novela del género romántico más exaltado«, nos cuenta El Liberal el 30 de enero de 1896 en una pieza que se titula (¡¡cómo no!!) Amores románticos. La historia es la de los trágicos amores de Juana Mouin y Camilo Hezord. Los dos se conocieron porque Juana tuvo que hacerse cargo de la tienda de su madre, que estaba enfema.
En este tiempo, la señorita Mouin, «nerviosa, gran lectora de novelas y de diecisiete años de edad» conoció a Camilo.
La pasión, lo mismo que el fuego, no pudo esta mucho tiempo oculta y bien pronto el incendio que inflamaba el alma de los dos jóvenes fue advertido por la curiosidad de los vecinos.
Al principio, nos cuenta, todo eran suspiritos castos, pero luego pasaron a «largos paseos por alamedas solitarias, protestas y juramentos vehementes, citas misteriosas». Y eso no es tan difícil de ocultar a los vecinos entrometidos. Uno, «un celoso padre de familia» (y por celoso entendamos de esos que cumplen siempre su deber) le escribió a la enferma madre de Juana y puso en marcha la maquinaria del drama. La madre puso el grito en el cielo, los dos enamorados se dieron cuenta que no podían vivir si no eran juntos e hicieron un pacto de suicidio. Salió mal, por supuesto. La lectora de novelas murió, pero su enamorado no logró morir.
– Alguien que pierde la paz
En El Siglo Futuro (un muy conservador periódico católico) publican el 25 de enero de 1928 un texto que había escrito un tal Padre Vilariño y que, por desgracia, nos cuentan que no pueden publicar entero. Pero eso no impide que nos digan todo lo que leer novelas nos hace sufrir (tanto a hombres como mujeres). Las novelas te hacen perder la paz, hacen que tu espíritu viva en una constante situación de lo que hoy llamaríamos tensión y estrés, ya que ataca a los nervios, «produciendo en los lectores una neurastenia que les incapacita para todo ejercicio ordenado y moderado según las reglas de la vida ordinaria». Pero peor, peor que nada, es lo que les hace a las mujeres.
Y no digamos nada de la piedad. La piedad naufraga por completo en la lectura de las novelas.
Os desafío a que me deis una sola persona, joven o vieja, hombre o mujer, lectora de novelas, malas o buenas, que leyéndolas frecuentemente tenga verdadera piedad… No encontraréis ninguna.
Y como la piedd es madre de la virtud y de tal manera madre que sin ella no hay virtud, así como digo que ninguno que se dé a la lectura de novelas es piadoso, así digo, terminantemente, que ninguno que se dé a la lectura de novelas será de veras virtuoso.
Por eso hoy que devoran tantas novelas las señoras hay una legión de mujeres que, inútiles señoritas en su juventud, resultan inútiles esposas en su hogar e inútiles si Dios les da para ellas la desgraciada felicidad de tener hijos, insoportables señoras si las castiga con la soledad de la familia, orgullosas e insufribles ancianas si llegan a la vejez.
Las ilustraciones son de La Voz, 1935, y La Libertad, 1933
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