iberia primeros vuelos

A la azafata del centro querían llamarla provisora…

Una de las cuestiones más fascinantes es la historia de las lenguas. Las lenguas son elementos vivos, que evolucionan y cambian y que se ven influidos por los elementos que les rodean. Las palabras cambian sus significados o los pierden e incluso mutan ellas mismas para adaptarse a los hablantes y a como estos las usan. Los libros permiten seguir estas evoluciones y son una ventana para descubrir cómo cambia la lengua. Leer lo que se escribía en el siglo XII y compararlo con lo que se escribe en el siglo XXI puede ayudar a ver bastante claro cómo han cambiado las cosas.

En la lista de novedades que llegan a librerías estos días está Una lengua muy larga, de Lola Pons y que publica Arpa, un libro que hace ese trabajo por nosotros. Su subtítulo, Cien historias curiosas sobre el español, ya indica claramente lo que tenemos entre manos y su lectura permite descubrir unas cuantas curiosidades sobre el idioma (que quizás no te hagan ganar al Trivial todas las veces que juegan pero sí que conseguirán sorprenderte mientras lees). De nuestra lectura, nos hemos quedado con las siguientes.

Todo podía ser guay ya en la Edad Media

Guay es una palabra reciente, una que se puso de moda en las últimas décadas y que, a pesar de sus aires ochenteros, nos resistimos a abandonar. Guay ya existía ¡¡¡en la Edad Media!!!, aunque su significado no era tan positivo. En realidad, entonces, era un lamento, como ay. Guay del que duerme solo, escribía el Arcipreste de Talavera.

El verano es un invento relativamente reciente

Si algo tenemos claro es que las estaciones son cuatro… pero la verdad es que no siempre fue así y no siempre fue como lo vemos ahora. Hasta el siglo XVIII, lo que ahora es el verano era la primavera. Los meses de calor, calor, eran los del estío. El calendario evolucionaba así: primavera era seguida por verano, verano por estío, estío por otoño, otoño por invierno e invierno nuevamente por primavera. En el XVIII el estío desapareció del mapa.

Las faltas de ortografía son una verdad relativa

Vale, el argumento no sirve realmente ahora (así que todos los escolares que soñaron por un momento con presentárselo a sus profesores y ahorrarse sus bolígrafos rojos pueden ya dar por perdido su sueño) pero sí valía en su momento. No se trata solo de que la Real Academia de la Lengua sea en realidad una cuestión histórica relativamente reciente sino que además sus decisiones no eran tan vinculantes como lo son ahora. Como explica Pons en su Una lengua muy larga, no fue hasta 1844 cuando se hizo oficial lo que ellos decidían. Desde que empezaron a publicar su diccionario hasta que se instauró como la forma obligatoria de escribir pasó un siglo. Antes de 1844, por tanto, no se puede hablar con justicia de faltas de ortografía.

Solo no lleva tilde desde ¡¡1959!!

Todos recordamos ese momento en el que la RAE anunció que solo dejaba de llevar tilde en todos los casos posibles (o al menos recordamos el momento en el que los medios empezaron a contarlo y la gente se indignó y parecía decidida a lanzarse a crear barricadas en protesta). En realidad, lo de poner o no tilde se remonta a 1959. Entonces, la RAE ya lanzó una recomendación en la que señalaba que no debía ponerse, a menos que sin ella el resultado fuese confuso. A pesar de ello, todos aprendimos en el colegio que solo de solamente siempre llevaba acento gráfico.

Algunas palabras son en realidad apellidos y nombres propios

El de dónde salen las palabras es una fuente de constantes sorpresas. Así, algunas palabras tienen su origen en nombres propios o en apellidos. Ocurre con celestina (que viene de La Celestina, de Fernando de Rojas, y no a la inversa), con estraperlo (de Strauss y Perlowitz, dos empresarios de la España de la II República que crearon el straperlo, un juego de ruleta que en realidad era un timo y que fue un gran escándalo en su momento), con taper, (de Earl Silas Tupper, el inventor de los mismos) o con pichichi (que era el apodo de un futbolista que marcaba muchos goles).

Las azafatas no son provisoras porque un ejecutivo de Iberia no lo quiso

Cuando empezó la aviación comercial, el lenguaje empezó a necesitar ciertas palabras para definir ciertas realidades. Y una de esas palabras era una denominación para los (las, entonces) tripulantes de cabina. ¿Cómo se podían llamar? ¿Cómo traducir el inglés stewardess? La RAE le propuso a Iberia que las llamasen provisoras, de ‘la que provee cosas’, pero un directivo había descubierto la palabra azafata en un libro (eran las camareras de la reina) y el término vintage se impuso.

Foto Iberia