Cuando D. H. Lawrence envió en los años 30 su novela El amante de Lady Chatterley, recibió una carta de rechazo que tenía bastante de profética. “Por su propio bien, no publique este libro”, le escribieron. Pero Lawrence siguió insisitendo y la novela se convirtió en una de las más polémicas del siglo XX y en una de las que más se incluyeron en las listas de libros censurados y de libros prohibidos. En Reino Unido estuvo prohibida hasta noviembre de 1960, cuando gracias a un juicio (uno al que han llegado hasta a dedicar una miniserie de la BBC no hace muchos años) salió de la lista de libros prohibidos.
Las razones por las que el libro de Lawrence estaba prohibido son obvias: la novela sigue la historia de, como bien dice su título, un adulterio. Lady Chatterley se casa durante la I Guerra Mundial con Lord Chatterley, quien queda paralítico con una herida de batalla. El matrimonio convive, por tanto, más bien como amigos. Y Lady Chatterley acaba manteniendo una aventura con el guardabosques de la propiedad familiar. La novela fue considerada escandalosa tanto por el fondo como por la forma y no podía ser publicada sin ser antes expurgada en Reino Unido. Los lectores solo podían acceder a una versión reducida de la obra.
Para 1960, Allan Lane, uno de los editores de Penguin, tomó una decisión que lo cambiaría todo (y que serviría, como explica Sergio Vila-Sanjuán en Código best-seller, para convertir el libro en un auténtico bombazo de ventas). Lane decidió incluir la obra completa en la colección de bolsillo de Penguin. Lanzó una impresión de 200.000 ejemplares y, antes de que nadie o nada lo hiciese, el mismo mandó al fiscal general 12 ejemplares del texto. Penguin y Lane fueron llevados a los tribunales y Chatterley Affair, el nombre que los medios dieron al proceso judicial, se convirtió en material de primera plana de todos los periódicos.
El proceso sirvió, como publicaba entonces en una columna The Guardian (columna que hoy han republicado por el aniversario de la decisión judicial), para eliminar uno de los últimos tabús literarios. El libro era condendo por sus escenas de sexo pero también por el uso de un lenguaje soez, aunque, como apuntaba el columnista, todo el mundo las empleaba ya en la vida cotidiana.El proceso no era además una cuestión baladí, ya que los acusados se enfrentaban incluso a penas de cárcel por publicar la obra. De hecho, y como apuntan en un artículo también en The Guardian, en los 50 obras de algunos de los grandes nombres de la literatura de la época estaban disponibles solo para quienes podían viajar a París y comprarlas.
En el caso de la edición de bolsillo de El amante de Lady Chatterley de Penguin se juntaron el hecho de que había salido aprobada una nueva ley para proteger (eso decían) la literatura de la pornografía y que los acusadores no querían que el libro se publicase porque lo haría en una edición tan barata que llegaría de forma masiva a mujeres y clases obreras. No solo eran puritanos sino también paternalistas. De hecho, el fiscal, Mervyn Griffith-Jones, le preguntó al jurado: «¿Es este el libro que querrían que leyesen su esposa o sus criados?».
Además, Lawrence tenía un cierto caché de autor prohibido, desde las quemas de libros (hubo una de uno de sus libros durante la I Guerra Mundial) hasta el control que en las aduanas se hacía de sus obras (se requisaban las ediciones italianas y francesas).
Pero el impresionante trabajo del abogado de Penguin, Michael Rubinstein, como recuerda The Guardian, consiguió tirar con la norma y demostrar que la literatura no puede ser juzgada por lo que pasaría si una persona concreta la leyese. O por el número de veces que aparece la palabra joder en el texto. Por el estrado subieron expertos en literatura, periodistas, abogados y hasta clérigos para defender la obra. La acusación tuvo, además, problemas para conseguir expertos literarios de alcance que defendiesen la prohibición del texto.
La acusación perdió el caso, abrió la mano a la libertad de publicación y convirtió el libro en un increible best seller. El día 10 de noviembre, tras un día a la venta en las librerías británicas, toda la primera edición se había agotado. La librería más grande de Londres, como recuerda la BBC, vendió en 15 minutos 300 ejemplares y cerró el día con pedidos de otras 3.000 copias. Cuando abrieron las puertas, tenían a 400 personas esperando para hacerse con un ejemplar. El libro tuvo el mismo efecto que el lanzamiento de un nuevo iPhone entre los consumidores de nuevas tecnologías. Y uno de los dependientes de Selfridges le decía a la prensa entonces: «Esto es como Bedlam», por el célebre sanatorio mental (y el hecho de que el primer día de ventas estaba siendo una locura). Penguin tuvo que lanzar nuevas y nuevas reediciones: en tres meses consiguió vender 3 millones de ejemplares de la novela.
Posiblemente la acusación estaría incluso más sorprendida si supiese que en 2015 El amante de Lady Chatterley aparecerá en prime time en la BBC. En octubre la cadena tenía previsto rodar en Gales la adaptación televisiva.