
Las vistas desde el café de media mañana del congreso
A lo largo de los años he ido a muchas conferencias. Es algo que solemos hacer todos los periodistas y es algo que, si escribes de cosas profesionales, acabas haciendo aún más. He ido a conferencias con caterings para la pausa café que hacían que querrías quedarte a vivir allí, he ido a conferencias mortalmente aburridas y otras que eran completo spam, he ido a conferencias en las que era capaz de adivinar lo que iba a decir el ponente (¡se repiten!), he ido a conferencias en las que me he hecho fan de quienes hablaban… También, por supuesto, tras años de ir a conferencias de varios tipos y pelajes acabas siendo capaz de hacer clasificaciones de cómo es la gente que va a ellas o de lo que te vas a encontrar. En algunos eventos de tecnología, lo increíble es ver las colas del baño de los hombres y el fluido tráfico que tiene el de mujeres. En otras me impresionó ver mezclados a ejecutivos con trajes de alto nivel (¡zapatos de suela roja Louboutin!) con señores con riñoneras. Y, habitualmente, en las conferencias y eventos sectoriales se suelen generar círculos y la gente acaba hablando en grupos.
Todo este largo párrafo tiene una explicación y sirve para explicar lo que viene a continuación. Porque el sábado me pasé la mañana en una conferencia sobre novela romántica y lo que me encontré no tenía mucho que ver con lo que de media suelo ver cuando cubro eventos. En este congreso, todo el mundo se conocía, tanto que no había nombres en las mesas para las conferenciantes (lo que sí, lo confieso, no hace la vida muy fácil a quienes nos dedicamos a apuntar lo que dicen, pero que dice mucho sobre la industria) y las conversaciones estaban lejos de ser unidireccionales. No había que esperar al turno de preguntas: era una charla, realmente, en la que un montón de personas que se conocían interactuaban sobre un tema que les apasionaba.
Lo cierto es que no hace falta más que echar un vistazo por las redes sociales o las comunidades de blogs para ver que la comunidad de lectores (lectoras, mejor dicho, porque eso es lo que dicen las estadísticas) de novela romántica no es solo muy activa sino también muy dinámica. Hay una comunidad, muy entregada, muy fiel a los libros que le gustan (¡mucho!) y que interactúa mucho entre ella. Es decir, son lectoras que no solo leen mucho, no solo son muy fieles a lo que leen sino que además hablan mucho de lo que leen y de los libros que le gustan. Y eso, visto desde fuera, es bastante fascinante y bastante impresionante.
Y esa era la primera conclusión que se podía alcanzar sentándose en medio de las participantes en el Congreso de Literatura Romántica Ciudad de A Coruña, que celebró este fin de semana su quinta edición y que reunió en la ciudad a unas cuantas lectoras, autoras y editoras de romántica. Bueno, había un lector y había un editor y había (lo que nos pareció incluso más impresionante) una joven lectora, que asistía con su madre, nos confesó que leía mucho (muchísimo, nos dijeron desde la mesa en la que estaba sentada) y que compró en el congreso su primera novela romántica (y sí, hay romántica para todas las edades). Larga vida al recambio generacional en la lectura.
En general, los asistentes no eran un montón (y por un montón es si se compara con los macroeventos de tecnología del párrafo uno). Fue lo primero que pensé al entrar en el salón de conferencias del hotel tras cruzar la sala en la que estaban sirviendo el desayuno bufet del hotel. Pero los asistentes eran realmente expertos, lectores que sabían de lo que hablaban y que estaban dispuestos a formar parte de lo que se cocía (el público soñado, os lo aseguro, por el que suspiran en todas las conferencias profesionales). Todo el mundo tenía cosas que decir y todo el mundo las decía y no había ese momento incómodo de silencio tras el ‘alguien tiene una pregunta’.
El congreso lleva celebrándose en A Coruña desde 2011, me explicaba Trini Palacios, la organizadora del mismo aprovechando la pausa de media mañana. Palacios tenía entonces un programa de radio sobre novela romántica y, tras celebrarse en Madrid un congreso de novela romántica, decidió organizar ella otro en A Coruña. Y desde entonces. Al congreso asisten “escritoras, editoriales, gente del libro romántico y también lectores”, nos dice, y nos confirma que no es solo un encuentro de profesionales del género. El encuentro es posiblemente el segundo que se organizó en España especializado en este tipo de novelas, aunque ahora ya hay muchos más. Y no, no son como los congresos de la RWA (la organización que agrupa a las novelistas de romántica estadounidenses y cuyos congresos logran muchísimo ruido en social media), pero son igualmente interesantes y valiosos. “Allí mueve mucho dinero”, apunta Palacios cuando hablamos del poderío de ese encuentro en Estados Unidos, aunque también recuerda que aquí también es un nicho literario que factura bastante (y sí, no hay más que ver las cifras de publicación en España para confirmarlo).
Los retos del género
¿De qué se habla en un congreso centrado 100% en la novela romántica? Se habló de cómo preparar un primer libro, de cómo ha sido la historia de la novela romántica o, por supuesto, de los retos a los que tiene que enfrentarse el género. La propia organizadora inauguró las charlas hablando de reivindicar. No quiso usar la palabra dignificación “porque eso indicaría que no era digno antes” pero sí quiso hablar de exigir más al mercado y a los libros. “Si pago por los libros quiero un mínimo de calidad”, señaló hablando como lectora. “No vale con saber juntar letras y el que tengo mil historias en la cabeza”, añadió, apuntando medio en broma medio en serio que “ahora mismo hay más escritores que lectores”.
La idea parecía una cuestión de fondo. Aunque no todo el mundo estaba de acuerdo (y sí, también hubo quien hizo una defensa del publicar de todo porque cada libro tiene su público), sí hubo una mayoría que apuntaba a que era necesario hacerse más activo reclamando más calidad y, se podría traducir así, más respeto al género. Quizás sea por el boom de editoriales (algo que indicaron algunas participantes), quizás por el boom de la autopublicación (la sombra que planeaba sobre la cuestión), se está publicando mucho, muy rápido y no siempre tan bien como se debería. Una de las asistentes criticó lo que ella llamó “libro-pollo” (un término que bien merece asentarse en el lenguaje literario), novelas publicadas sin cuidado y sin revisión que están llenas de faltas de ortografía y erratas. Lo de “libro-pollo” viene por la repetición de alas que se encontró cuando lo que tenía que haber visto eran halas.
Otro de los puntos estaba en el hecho de que muchos escriben romántica porque tienen una idea (o porque piensan que se podrán hacer ricos en el camino, añadiríamos) sin conocer realmente el género y sin tener cuidado con lo que se publica. “Los filtros han dejado de existir”, apuntaba una de las escritoras que participó en una de las mesas redondas, señalando que se ha intentado copiar lo que ocurre en Estados Unidos (donde se publica muchísimo pero también se tienen millones de lectores y donde funcionan muy bien modelos como las sagas o series de novelas) olvidando que este es un mercado distinto. Una de las asistentes, en el turno de preguntas, equiparó lo ocurrido al “modelo del ibérico”, ya que cuando se puso de moda el jamón ibérico se empezó a producir este tipo de jamones en todas partes y en todos los lugares, se inundó el mercado con el producto y se acabó matando al mismo (demasiada oferta y demasiada ‘cualquier’ oferta hizo que se desplomara).
¿Se podría resumir lo que ocurre con una sola palabra? Quizás sí. Entre quienes se sentaban en la mesa redonda y quienes hablaban desde el público se habló de desprofesionalización del sector a todos los niveles, lo que está teniendo un impacto en lo que se publica y también en lo que se lee (una de las asistentes lamentaba que no pocos lectores que deciden dar una oportunidad a la romántica lo hacen con novelas low cost que no cumplen con los estándares de calidad y que acaban siendo perdidos para siempre para el género). Escribir romántica no es un paseo, o eso quedaba claro después de escuchar lo que se decía (y que es uno de esos clichés asociados siempre al género: lo de que puedes escribir en un fin de semana tu best-seller de romántica). Requiere mucho trabajo y requiere saber lo que se está haciendo.
Requiere también una edición, una revisión. Entre lo que se dijo también se reivindicó la figura del editor, que lee, opina y corrige lo que se ha escrito.
Requiere, al final, que se mire como lo que es, una profesión. “Lo triste es que cuando una persona se pone a escribir un libro no puede vivir de ello”, lamentaba una de las asistentes, apuntando uno de los problemas que se podrían definir como transversales en la industria del libro en España.
A lo largo de la semana publicaremos un par de artículos más sobre lo que aprendimos en el congreso