Entre mi lista de lecturas de hace algo más de un año se colaron dos autoras concretas y por una razón exacta. Primero leí a Jodi Picoult, con una historia que escogí un poco al azar (era el ebook más barato de todos los que vendían de la autora) y porque los lectores le daban unas cuantas estrellitas. The Storyteller
resultó ser no tan mala como esperaba (algunas partes estaban bien redactadas y partían de un conflicto interesante) aunque tocaba muchos puntos obvios.
Luego leí a Jojo Moyes, una de esas autoras que suelen estar en las listas de todos los best-sellers y que venden muchísimo, y me quedé gratamente sorprendida. La historia, Yo antes de ti, me pareció que estaba bien construida, que convertía un tema manido (la relación entre un hombre joven, activo, que se ha quedado tetrapléjico y su familia y cuidadores, especialmente con su cuidadora) en algo muy digno y que tenía muchos más niveles de los que el simple argumento dejaba imaginar (todo el conflicto de clase me pareció una aportación muy interesante). Y cuando cerré el libro (de forma figurada, cerrar un ebook es más o menos complicado) lo primero que pensé fue que si el libro lo firmase un hombre hubiese tenido muchas más críticas (sesudas) y una mejor recepción en los medios (intelectuales). Porque todos los conflictos que trata Moyes en el libro (las relaciones personales, el amor, el derecho a vivir y morir con dignidad…) en su obra son reducidos al conflicto amoroso por esos críticos (biempensantes), cuando posiblemente ante un autor (hombre) se hubiesen convertido en elementos para mucha reflexión.
Y esta reflexión no es gratuita sino que tenía mucho que ver con mi propio acto de lectura. Si había escogido a Picoult y a Moyes fue gracias a una mujer, otra autora, Jennifer Weiner, quien se ha convertido en una abanderada de la literatura mal llamada ‘de mujeres’ (recordando que ser una autora implica muchas veces quedarse fuera del circuito de la crítica o que los libros sean etiquetados partiendo de ciertos prejuicios asociados a ciertos géneros) y la archienemiga cibernética del escritor postmoderno (o divo postmoderno, una vez que se profundiza en esta historia ya no queda tan claro) Jonathan Franzen.
Weiner es una autora de literatura popular (incluso los no lectores del género la conocen – o conocen sus historias – porque es la autora detrás de la novela que inspiró la película En sus zapatos), de la que suele tener portadas de colores llamativos y femeninos y que se destinan a un público lector mayoritariamente femenino. La autora es además la iniciadora de una cruzada a favor de la igualdad en la crítica literaria, posiblemente a pesar de ella. Todo empezó con una portada de la revista Time, dedicada a Franzen bautizándolo como el gran autor de la literatura norteamericana. La escritora aprovechó la ocasión para mencionar cierta divinización de estos escritores (y Frazen en particular, de hecho ella es la autora del término Franzenfreude) mientras a las autoras (mujeres) no se les dedica ni la mínima parte de la cobertura.
Su ejemplo está claro cuando se va a lo concreto (y en un artículo en el Telegraph en el que hablaron con ella y analizaron el fenómeno y el punto de partida de la crítica de Weiner lo hacen): la literatura popular o comercial es menos reseñada que la literatura con vocación literaria, pero aún así también hay otras fronteras. Nick Hornby y David Nicholls son bien recibidos y bien analizados, aunque ellos hablan de sentimientos y relaciones. Solo hay que coger el argumento de alguna de sus novelas, ponerle a una autora en la firma y pensar en cómo sería recibida la novela y analizada por los medis de comunicación.
«Creo que hay un doble estándar inherente», explicaba Weiner entonces. «Lo que los hombres producen es arte, lo que hacen las mujeres es manualidades. Las mujeres hacen conchas y la gente dice son adorables, pongámoslas en una cama. Los hombres hacen una pintura y la gente quiere colgarla en un museo». «Si un hombre escribe sobre una familia, es como, oh, está realmente escribiendo sobre América«, decía en otra entrevista. «Si una mujer escribe sobre una familia, simplemente asumimos que está escribiendo sobre ella».
Su posición se convirtió en material para artículos, críticas y análisis, que se convirtió en una especie de guerra en la red cuando Franzen decidió responder. El escritor la acusó de estar haciéndose autopromo y de ser una especie de reina de los trending topics.
Lo cierto es que, en justicia, la guerra que Weiner estaba liderando no era una cuestión personal. Ella no reclama que sus libros aparezcan en la sección de libros de The New York Times sino que pide una mayor ecuanimidad de género. Lo que pide es que las mujeres ocupen más espacio como autoras y como críticas en los espacios ‘bíblicos’ de la recensión literaria. (Y lo cierto es que por mucho que Frazen diga la verdad está ahí muy de parte de Weiner: los informes VIDA aún demuestran que los medios que conforman el canon literario, los que dicen lo que es y lo que no es bueno, siguen siendo muy poco receptivos con las obras firmadas por mujeres).
El último episodio de este culebrón literario acaba de producirse. Franzen ha sido entrevistado por una revista universitaria (y tanto las respuestas como las preguntas sobre el tema pueden verse en Salon) y ha acusado a Weiner de estar usando las cuestiones de género a su favor y de ser simplemente una polemista en Twitter (una vez más: Weiner no solo ha tuiteado sobre el tema, ha participado en entrevistas y ha escrito largamente sobre el mismo).
En la entrevista se le pregunta a Franzen entonces si no hay un tema en las cuestiones de género y literatura y él contesta que no cuando se trata de hacer que se hable de literatura “formulista”. Cuando se le indica que en realidad Weiner no pide que se hable de sus libros o del tipo de género en el que se producción se inscribe (bestseller comercial), Franzen señala que en todo caso el problema tiene una mala portavoz.
“¿Has leído alguno de sus libros?”, preguntan en la revista. “¡No!”, deja claro Franzen. Al ok con el que le responden explica que ninguno de sus amigos o conocidos le ha recomendado jamás sus libros o le ha dicho que es una buena autora.
Weiner ha respondido con humor a sus posiciones (“quizás su Google está roto”, señala) y ha publicado una pieza sobre la materia en su blog (con un comienzo bastante irónico) recordando que al menos toda la presión que las mujeres autoras e internet en general han hecho han conseguido que al menos The New York Times haya empezado a prestar más atención a las escritoras. La cuestión no es si Weiner es o no una buena escritora o la mejor o la peor para opinar sobre el tema (aunque en realidad está plenamente legitimada para hablar sobre el panorama literario si tenemos en cuenta que es una autora y que conoce todo el problema desde dentro y además se ha convertido, como recuerdan en el perfil que le dedicaron en New Yorker, en la gran dinamizadora del debate sobre la cuestión de género en la industria del libro) sino si existe o no un cierto sexismo en el mundo del libro.
Foto Jennifer Weiner (cortesía en su web para prensa), Suma de Letras
Muy interesante este articulo, da mucho en que pensar. La mismisima J.K. Rowling firmo la saga de Harry Potter con sus inicales en vez de con su nombre (Joanne) porque le dijeron que su obra podria verse perjudicada ya que menos gente querria leerla por estar escrita por una mujer. Que triste, lo que nos queda…!