ritos funerarios¿Es Ritos funerarios uno de los mejores libros de todos los que han traducido este año al castellano? Tendríamos que leer aún mucho más para señalarlo con certeza, pero lo cierto es que es una de las mejores novelas que hemos leído en la redacción de las que han llegado a las librerías españolas en 2014 desde otros países. La novela es además una firme promesa sobre el futuro de su autora, la australiana Hannah Kent, y un – sorprendente – canto a Islandia.

Kent vivió en Islandia cuando era una adolescente. Tenía 17 años, era una estudiante de intercambio y se sentía un tanto perdida y outsider. No solo es que hablasen un idioma completamente diferente, sino que además era adolescente (ella misma lo ha destacado en varias entrevistas: a los 17 años es muy fácil sentirse diferente) y estaba en lugar que se alejaba muchísimo de su Australia natal. El frío infinito, la nieve o todo lo que es Islandia (todo eso que nos acaba fascinando a los que leemos novelas sobre el país) estaba allí para que ella lo viese. A pesar de todo, Islandia cautivó a la escritora. En un viaje con sus padres de acogida, visitó el lugar en el que habían ajusticiado a la última mujer a la que se le aplicó la pena de muerte en Islandia, Agnes Magnúsdóttir. Y ahí se sembró la semilla de la que se iba a convertir en su primera – y fascinante – novela.

Islandia era entonces parte de la corona danesa y aplicaba las leyes de Dinamarca. Agnes Magnúsdóttir y Friðrik Sigurðsson fueron condenados a muerte por el asesinado en 1828 de dos hombres, uno de ellos el jefe de Agnes, mientras dormían. Luego prendieron fuego a la cabaña en la que vivían, esperando borrar el rastro del asesinado. Una tercera acusada fue sentenciada a muerte, pero su sentencia fue cambiada por una cadena perpetua en una prisión-fábrica danesa. A Agnes Magnúsdóttir y Friðrik Sigurðsson les cortaron la cabeza en enero de 1830. Cuatro años después se ejecutó al último islandés víctima de la pena de muerte, aunque su ejecución se realizó en Dinamarca.

Ya entonces Islandia era un lugar poco poblado. La Islandia de Agnes Magnúsdóttir y Friðrik Sigurðsson carecía además de prisiones (para ello había que irse a Dinamarca: Copenhaghe era el proveedor de prácticamente todo), por lo que los dos condenados a muerte (que iban a ser ejecutados en la misma región en la que se habían cometido los crímenes para servir de ejemplo) tuvieron que pasar al cuidado de familias de la zona. Y ahí es donde reside la novela de Kent: la escritora se centra en los meses en los que Agnes Magnúsdóttir estuvo a cargo del alguacil  Jón Jónsson, conviviendo con él, con su mujer y con sus dos hijas. A ellos se sumaba la guía de un joven e inexperto reverendo (el país estaba regido por las leyes de la iglesia luterana), que tenía que guiar a la condenada en los meses previos a la muerte.

Kent se hizo con el Writing Australia Unpublished Manuscript Award de 2011, en la primera edición de un fascinante premio a la mejor novela no publicada del año en Australia (y que en lugar de centrarse en lo que ha salido al mercado, se centra en los libros que no lo consiguieron). El ganador recibe un premio en metálico, pero también tutorización para culminar su obra y un agente literario, lo que asegura una publicación futura. Además, las editoriales suelen fijarse en los manuscritos participantes.

La autora estaba obsesionada con la historia desde que la escuchó a los 17 años, aunque entonces no tenía muchos mimbres con los que sostenerla. Por eso, tras acabar su doctorado, se hizo con un poco de capital y lo gastó en un viaje de 6 semanas a Islandia para documentarse. Se pasó mes y medio en los archivos islandeses, hasta conseguir saberlo todo sobre la vida de Agnes y de su época (y en hacerse con la documentación increible que transpira la novela). Luego volvió y se puso a escribir. Como ella explicaba en una columna, se había quedado sin excusas para escribir la novela que quería escribir.

«Empecé a escribir el manuscrito de lo que sería Ritos funerarios el 24 de enero y acabé el primer borrador el 9 de mayo. Trabajaba sobre todo en días de semana, sentándome en mi escritorio a las ocho en punto (una hora, como descubrí pronto, en la que estaba más positiva y clara) y quedándome allí hasta que completaba 1.000 palabras de nueva escritura. A veces lo terminaba para las 11 y era libre para ponerme con otro trabajo, ir de paseo, o leer; otros días, permanecía sentada en el ordenador hasta que caía la noche, mis nervios destrozados y mi confianza en niveles peligrosamente bajos».

El resultado final de esas horas de trabajo es fascinante. Ha sido uno de los libros de 2013 en los países de habla inglesa (y va a ser llevado al cine) y está ahora en ese momento de boom en otros mercados. En España, Alba Editorial lo ha traducido y publicado como Ritos funerarios. La novela permite seguir la historia desde los puntos de vista de Agnes (la única que habla en primera persona), del reverendo y de la familia que la acoge (especialmente la madre y una de las hijas, Stena). Y sí, todos sabemos lo que ocurrirá (porque sabemos que es la historia de la última mujer ejecutada en Islandia), pero aún así la historia acaba atrapando hasta su esperado (pero no por ello menos impresionante) desenlace.

Por supuesto, todo está acompañado por una visión de la Islandia del siglo XIX (la autora ha hecho muy bien sus deberes y consigue transportar al lector a aquella época) y a la vida en un lugar en el que apenas hay luz solar, en el que nieva y hace frío y en el que las condiciones atmosféricas marcan muchas cosas sobre la existencia. Tanto que cuando se levanta la vista del libro, a pesar de estar en el comienzo del verano, sorprende no encontrarse en una de esas miserables casas de turba en las que vive Agnes, rodeada de nieve y atenazada por el frío.

Foto (portada) Bryan Pocius