Puede que no haya reclamo más potente para que leamos un libro en la redacción de Librópatas que el que sea un libro sobre libros, uno sobre librerías o uno sobre bibliotecas. Hay bibliotecarias, hay intención de lectura.

Y, por eso, Se buscan mujeres sensatas, de Sarah Gailey, no tuvo que hacer grandes esfuerzos para destacar sobre las novedades de otoño-invierno, porque es una historia sobre, justamente, unas bibliotecarias ambulantes.

La novela de Gailey –publicada por Crononauta y con una traducción de Carla Bataller Estruch– es breve y eso es lo que funciona peor en la construcción de la historia. Esther, la protagonista, se nos presenta in medias res, en el momento en el que ya ha huido de su pueblo en el carromato de las bibliotecarias ambulantes.

Ese tipo de comienzos no son un problema –cuántas obras literarias no habrán empezado así a lo largo de la historia– pero sí que quizás se nos quedan unas cuantas preguntas al final de la lectura por contestar en la construcción del mundo en el que se mueve la historia (quizás, esta reflexión daría para todo un tema sobre cómo durante la pandemia me resulta más difícil leer cosas con finales o puntos argumentales abiertos, pero eso es otro tema completamente diferente).

Es lo que ocurre con qué ha pasado a nivel general para llegar hasta ese momento en el que arranca la historia y, sobre todo, con cómo operan las bibliotecarias –o, mejor dicho, les bibliotecaries, porque más allá de las primeras páginas pronto sabremos que el personal ambulante de bibliotecas es mucho más diverso de lo que el estado bajo el que operan cree– y cómo encuentran el equilibrio entre ser la resistencia y ser también la principal arma de distribución de propaganda del régimen.

Se buscan mujeres sensatas es un western distópico. No sabemos en qué momento nos encontramos del futuro, pero sí que algo ha ocurrido algo que ha llevado a que el mundo que conocemos y, sobre todo, la conquista de derechos sociales haya colapsado.

En el mundo en el que se mueve Esther, en algún lugar de Estados Unidos, la sociedad es patriarcal y totalitaria, en el que sus habitantes no tienen derechos, el estado controla qué deben pensar y conocer gracias a la propaganda que reparten las bibliotecarias del estado y la gente LGTBIQ+ –o eso es lo que cree Esther– no existe.

Esther decide huir después de ver como Beatriz, la mujer que ama, es colgada por revolucionaria. El padre de Esther ha pactado su matrimonio con el hasta entonces prometido de Beatriz, lo que funciona como punto de no retorno para la protagonista. Se esconde así en el carromato de la bibliotecaria ambulante que pasaba por su pueblo, pero cuando su personal la descubre es Esther la que descubre que hay mucho más que propaganda en el trabajo de les bibliotecaries.

No solo la red de bibliotecas ambulantes ha logrado crear un espacio seguro para las personas LGTBIQ+ en un mundo altamente hostil, sino que además les propies bibliotecaries se han convertido en la red de resistencia. La historia pasa de ser una trama de huida a convertirse en un bildungsroman para que Esther descubra qué papel quiere ocupar en ese mundo distópico en el que vive.

Lo que sigue es, además, una aventura por el Oeste, con disparos, fugitivas, sheriffs y pueblos en medio del desierto como se espera de un western.