“Esto parece Stars Hollow”, me decía mi hermana mientras paseábamos por Niagara on the Lake, un pueblecito turístico canadiense cerca de las cataratas del Niágara, en el que nos habían dejado para una pausa de una hora en una de esas excursiones organizadas. Mi hermana se refería al pueblo que aparece en la serie Las chicas Gilmore, una especie de pueblecito con casas de madera y aires ‘cuqui’.

En realidad, nosotras no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar. La guía nos había dicho en el autobús que los turistas siempre refunfuñábamos cuando nos hablaban de esa parada, pero que luego volvíamos quejándonos de no haber tenido más tiempo para pasear (nos pasó, lo confesamos). En ese pueblecito encantador, con una farmacia antigua que solo pudimos ver desde fuera y una tienda de pasteles en la que nos compramos la merienda, me tropecé con una librería preciosa.

A la Old Niagara Bookshop llegué por casualidad, metiéndonos por una calle a ver simplemente que había más allá de la calle principal. Me atrajo como un imán. Un cartel delante de una casa anunciaba que había una librería. Delante de la puerta había una estantería llena de libros (sí, hacía buen tiempo) y dentro las estanterías se iban repartiendo por la planta baja de la casa.

Luego descubrí, gracias a internet, que la librería tiene una historia de décadas en el pueblo y que fue fundada por una librera que dejó la gran ciudad (Toronto) para montar una pequeña librería en una ciudad tranquila. Y, casi como si fuese la historia de una novela, hubo quienes la criticaron por montar una librería, cuando eso no lo necesitaban.

La librería sigue siendo la única que funciona en el pueblo y la librera sigue siendo la misma. Lo sé porque la reconocí al leer el artículo como la mujer que cobró el libro que me compré (y que pagué con tarjeta… pagando en una de esas máquinas de calco para las tarjetas con relieve que yo solo había visto antes en un avión hace mucho tiempo).

(Mis fotos no son gran cosa, lo sé. Podéis ver fotos mejores en este blog)