Elizabeth Bennet en Orgullo y prejuicio

Uno de los momentos más complicados de la vida de un escritor es, sin duda, el de poner nombre a sus personajes. Un nombre dice muchas cosas sobre el personaje en cuestión, desde la época histórica, la clase social (algo tan importante en las novelas históricas) hasta el tipo de libro ante el que te encuentras. Y, en la época de Jane Austen, los nombres decían muchísimo sobre el tipo de literatura que se tenía entre manos.

Los libros de Minerva Press, esas novelitas góticas que eran tan populares en la época, tenían protagonistas con nombres llamativos y poco usuales. Las protagonistas de los best sellers de la época se llamaban cosas como Camilla, o Belinda, que no eran nombres recurrentes entre la población normal. “Recuerda, hagas lo que hagas, tu héroe y tu heroína deben tener muchos sentimientos y nombres muy bonitos”, escribía en The Loiterer, el periódico que montaron en Oxford James y Henry Austen en sus años de estudiantes, una tal Sophia Sentiment, que algunos han visto como el pseudónimo de la hermana pequeña de ambos, Jane Austen.

Austen, a quien se atribuyen estas observaciones literarias en su juventud, tenía una visión muy diferente de los nombres. En sus trabajos juveniles, en los que primaba su parte irónica, empleaba nombres no muy habituales. En sus trabajos de madurez, esos que todos conocemos hoy en día, se centraba en los nombres probables, los nombres que sus personajes tendrían de haber existido realmente, y sus protagonistas se llaman Catherine, Anne o Elizabeth, que eran los nombres más populares de su momento.

Como explica en Jane Austen and Names Maggie Lane, en sus novelas se repiten de hecho siempre los mismos nombres. En total, Jane Austen usa 26 nombres masculinos y 55 femeninos y muchos se repiten en las mismas novelas. En Sentido y Sensibilidad hay 4 personajes que se llaman John, en Mansfield Park 3 Tom o Thomas y en Persuasión 5 Charles y 4 Mary.

Los nombres son además clave para entender al personaje. “En ninguno de sus textos la elección de nombres de Jane Austen es arbitraria o sin importancia”, explica Lane.

¿Qué normas se podría decir que seguía Jane Austen? Lane distingue tres tipos de estrategias, basadas todas en cómo se percibían los nombres en la época de Regencia en la que se ubican sus novelas. Por una parte están los nombres pretenciosos o que estaban muy de moda en ese momento (y que son los que suelen llevar los malos de la obra), como Augusta o Louisa. Luego, están los nombres de santos o diminutivos (todos pasados de moda) que suelen identificar a los personajes de clases sociales bajas (como la huérfana de Emma o las doncellas). Y finalmente están los nombres medievales, como Edmund, que suelen acabar siendo los de los personajes favoritos de Austen. Curiosamente, esos nombres le gustaban a Jane Austen pero no tanto a sus contemporáneos y con ellos la escritora se adelantó a la moda victoriana.

Por ejemplo, pongamos por caso La abadía de Northanger: la familia de la heroína tiene nombres comunes (ella es Catherine), los Tilney tienen nombres medievales (como Eleanor Tilney) y los Thorpe nombres pretenciosos en el caso de las mujeres y, apunta Lane, banales en el de los hombres (Isabella).

Además, Austen no se molesta en dar nombres propios a todos sus personajes. Sus novelas están llenas de señor X y señoras Y, que eran al fin y al cabo las fórmulas que se usaban entonces para llamarse unos a otros y que hacían que en realidad no fuese necesario saber cuál era el nombre de pila del interlocutor.