‘2666′ es la novela póstuma de Roberto Bolaño, que se convirtió al momento en su obra más celebrada. Se trata de un libro mastodóntico, y no solo por la cantidad de páginas (más de 1000) sino por la cantidad de historias, estilos, detalles, que acaban conformando un único universo: torrencial y lírico.
Poco antes de su muerte, Bolaño pensó en publicar las cinco partes del libro como 5 novelas independientes para asegurar el futuro de sus hijos, pero como ya estaba muerto y no tenía ni voz ni voto, se publicó el libro unido, como era su decisión inicial. Ahora parece difícil imaginarlo de otro modo, pues los diferentes relatos se correlacionan de múltiples formas, más o menos evidentes.
A pesar de que en el último capítulo uno percibe algo de inacabado, se trata de un libro fascinante, que te coge y no te suelta (y eso tiene mucho mérito tratándose de un libro tan largo). No hay un único argumento, pero sí diferentes historias que se van hilando, y que tienen como piedra de toque la ciudad de Santa Teresa (alter ego de Ciudad Juárez).
«Luego pasó a explicarle que él, hacía tiempo, tuvo un trabajo en una empresa que se dedicaba a fabricar tazas, solo tazas, de las normales y de esas que llevan escrito un slogan o un lema o un chiste como por ejemplo “jajaja, es la hora de mi coffee-break» o «papi quiere a mami» o «la última del día o de la vida», unas tazas con leyendas insulsas, y que un día, seguramente debido a la demanda cambió radicalmente los lemas de las tazas y además empezó a incluir dibujos junto a los lemas, dibujos sin colorear, pero luego, gracias al éxito de esta iniciativa, dibujos coloreados, de índole chistosa pero también erótica.
– Incluso me aumentaron el sueldo – dijo el desconocido. ¿Existen en Italia esas tazas? Dijo después.
– Sí- dijo Morini, algunas con leyendas en inglés y otras con leyendas en italiano.
– Bueno, todo iba a pedir de boca – dijo el desconocido.
Los trabajadores trabajábamos más a gusto. Los encargados también trabajaban mas a gusto y el jefe se veía feliz. Pero al cabo de un par de meses de estar produciendo esas tazas yo me di cuenta de que mi felicidad era artificial. Me sentía feliz porque veía a los otros felices y porque sabía que tenía que sentirme feliz, pero en realidad no estaba feliz. Todo lo contario: me sentía más desdichado que antes de que me subieran el sueldo. Pensé que estaba pasando una mala época y traté de no pensar en ello, pero a los tres meses ya no pude seguir fingiendo que no pasaba nada. Se me agrió el humor, me había vuelto mas violento que antes, cualquier tontería me enojaba, empecé a beber. Así que enfrenté el problema cara a cara y finalmente llegue a la conclusión de que no me gustaba fabricar ese determinado tipo de tazas. Le aseguro que por las noches sufría como un negro. Pensaba que me estaba volviendo loco y que no sabía lo que hacía ni lo que pensaba. Aún me dan miedo algunos pensamientos que tenía entonces. Un día me enfrente con uno de los encargados. Le dije que estaba harto de fabricar esas tazas idiotas. El tipo era buena persona, se llamaba Andy, y siempre intentaba dialogar con los trabajadores. Me preguntó si prefería hacer las tazas que hacíamos antes. Eso es, le dije, ¿hablas en serio?, me dijo él, en modo alguno, le dije, el trabajo es el mismo pero antes las jodidas tazas no me herían como ahora me hieren. ¿Qué quieres decir?, dijo Andy. Pues que antes las tazas hijas de puta no me herían y ahora me están destrozando por dentro. ¿Y qué demonios las hace tan distintas, aparte de que ahora son más modernas?, dijo Andy. Justamente eso, le respondí, antes las tazas no eran tan modernas y aunque su intención fuera herirme no conseguían hacerlo, sus alfileretazos no los sentía, en cambio ahora las putas tazas parecen samuráis armados con esa jodidas espadas de samurái y que me están volviendo loco. En fin, fue una conversación larga – dijo el desconocido-. El encargado me escuchó, pero no me entendió ni una sola palabra. Al día siguiente pedí mi liquidación y me marché de la empresa. Nunca más he vuelto a trabajar. ¿Qué le parece?».