Los cuentos
de Flannery O’Connor construyen de forma magistral una atmósfera única, sordida, asfixiante, decadente, pero donde, al mismo tiempo, se ofrece la posibilidad de salvación. Su narrativa entra de lleno en el estilo del «gótico sureño’, obras que indagan en las pulsiones más primarias; en su caso, siempre en el seno de lo cotidiano, de las relaciones familiares. Se trata de una escritora a menudo olvidada (al menos en nuestro país), pero que sin duda es una de las mejores cuentistas del siglo XX. Y cualquiera de sus cuentos es buena prueba de ello. Aquí compartimos un fragmento de ‘Todo lo que asciende tiene que converger’.
«Julián pensó que le habría sido más fácil reconciliarse con su suerte, si ella hubiera sido egoísta, si hubiera sido una vieja gruñona, borracha y cascarrabias. Siguió andando, saturado por la depresión, como si en el punto culminante de su martirio hubiera perdido la fe. Ella, al ver su cara larga, desesperanzada y molesta, se detuvo de repente, con expresión apesadumbrada, y le tiró del brazo.
—Espérame. Vuelvo a casa para quitarme esta cosa de la cabeza y mañana lo devolveré. No estaba en mis cabales. Con esos siete dólares y medio podré pagar la factura del gas.
Él la cogió violentamente por el brazo.
—No lo vas a devolver. Me gusta.
—Me parece que debo…
—Cállate y disfruta de él —masculló Julian, más deprimido que nunca.
—Tal como está el mundo, es un milagro que podamos disfrutar de algo. Todo anda revuelto y nadie está en el lugar que le corresponde.
Julian suspiró.
—Claro que —añadió ella—, si uno sabe quién es, puede ir cualquier parte. —Decía esto cada vez que él la llevaba a la clase de adelgazamiento—. Casi todas las de la clase no son de los nuestros, pero yo puedo ser amable con cualquiera. Sé quién soy.
—Les importa un pito tu amabilidad —replicó Julian, furioso—. Eso de saber quién eres solo vale para una generación. No tienes la más remota idea de cuál es ahora tu verdadera posición ni de quién eres.»