‘La señora Dalloway’ es uno de los libros más famosos de Virginia Woolf, y puede que nuestro favorito. En él seguimos un día de la vida de Clarissa Dalloway, en el que se dedica a preparar una fiesta que va a dar por la noche. Se trata de una excusa para presentarnos la vida de una mujer de clase media alta en la Inglaterra de entreguerras, y de paso la estructura social del momento. Para ello, se vale de una de las técnicas más habituales en Virginia Woolf: el flujo de consciencia, que se mueve adelante y atrás en el tiempo, y entra y sale de diversos personajes.
«Ella cerró la puerta. En seguida él se deprimió profundamente. Todo parecía inútil -seguir enamorado; seguir peleándose; seguir haciendo las paces; y se fue, solo, a vagar por los cobertizos, por lo establos , a mirar a los caballos. (La finca era bastante humilde; los Parry nunca tuvieron mucho dinero; pero siempre hubo palafraneros y mozos de cuadra – a Clarissa le encantaba montar a caballo – y un viejo cochero -¿cómo se llamaba?- y una vieja niñera, la vieja Moody o Goody, algo así la llamaban, a quien uno iba a visitar a una pequeña habitación con muchas fotos, muchas jaulas de pájaros).
¡Fue una noche espantosa! Se puso cada vez más triste, pero no solo por eso; por todo. Y no era capaz de verla; no podía explicarle, no podía abrirle su corazón. Siempre había gente alrededor -ella seguía como si nada hubiese ocurrido. Esa era su parte diabólica, esa frialdad, esa dureza, algo muy profundo en ella, algo que él había sentido esta mañana mientras hablaba con ella; una impenetrabilidad. Así y todo, bien sabe Dios que la quería. Tenía el extraño poder de ponerle a uno los nervios en tensión, de transformarlos en cuerdas de violín, sí.».