A Gertrudis Gómez de Avellaneda la asocio a los aeropuertos y a las sillas incómodas en las que hay que esperar. En realidad, la asocio a un aeropuerto concreto (el de Schönefeld, en Berlín) y a la experiencia de esperar allí un vuelo. Era agosto del año pasado, había llegado al aeropuerto con muchísimo tiempo, necesitaba cargar el móvil en el que tenía mi tarjeta de embarque y me pasé lo que me parecieron siglos dando vueltas por la terminal.

Los asientos estaban contados con los dedos de la mano (y eran de los más incómodos que he probado en aeropuertos), los enchufes eran un bien todavía más escaso (y el que todos parecíamos querer usar y encontrar no funcionaba) y acabé sentada en el suelo un rato largo, enfrente de una librería de aeropuerto muy pequeña en la que no podría comprar nada porque los libros (de un modo esperable) estaban en alemán. No puede comprar libros nuevos (la gran tentación de los aeropuertos) y saqué para leer el que llevaba en la maleta. Así que mis horas de espera en el aeropuerto acabaron siendo destinadas a Gertrudis Gómez de Avellaneda y a sus cartas personales, en el último episodio de un maratón de lecturas que había dedicado a la escritora.

Mi plan de lectura para el verano pasado era bastante claro. Iba a aprovechar que en verano se tiene más tiempo para leer (o eso espero siempre) para leer a literatas, las escritoras del siglo XIX (y sí, lo de literatas en su momento lo usaban en no pocas ocasiones con cierto retintín, pero creo que deberíamos reivindicar y recuperar la palabra con un toque subversivo). No iba a leer a las autoras que siempre aparecen en los listados del XIX, sino más bien a autoras de esas olvidadas y un tanto oscuras que ya nadie lee. Decidí empezar por el trío de autoras que suele ser una constante en los listados cuando se abre un poco más el abanico que va más allá de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán y cuando no se meten a las autoras inglesas (Jane Austen, las Brontë). Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado y Fernán Caballero no es que sean realmente desconocidas. Son como los nombres que aparecen siempre de ruido de fondo, aunque eso no quiere decir que sean leídas de un modo popular. De hecho, algunas de sus obras no son ni de lejos fáciles de encontrar.

Empecé con Gertrudis Gómez de Avellaneda por alguna razón que ya no recuerdo. ¿Quizás pensé que iba a ser la más fácil a la hora de encontrar ejemplares de sus obras? Fui a una librería de fondo en mi ciudad, dando por hecho que sería tan fácil como coger una de sus novelas en alguna edición de clásicos y empezar a leer.

No lo fue. Aunque buscaba Sab, la novela que suele ponerse como la gran contribución de la autora al canon, no la encontré en las estanterías. Así que empecé con Dos Mujeres, otra de sus novelas primeras y simple y llanamente porque me la encontré en una de esas ediciones de clásicos de descarga gratuita que se pueden encontrar para Kindle. Y eso fue mi perdición. Mi verano de leer a literatas se convirtió en el verano en el que leí a Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Hay que señalar que Gómez de Avellaneda es fascinante y que merece que alguien escriba una biografía completa sobre ella. La escritora es una completa heroína romántica, un gran ejemplo de todo lo que acabas por esperar del Romanticismo y de la vida extrema de ese período histórico. (Y sí, mientras leía sus cartas no dejaba de pensar que debía de ser ultra ‘intensita’ y que vivir con ella, como con cualquier de sus contemporáneos románticos, debía ser de lo más difícil…) Gómez de Avellaneda escribió mucho, escribió cosas revolucionarias y polémicas, vivió como le dio la gana, tuvo una hija fuera del matrimonio, se casó dos veces, perdió a sus dos maridos y, como parece casi un acto final obligatorio en la biografía de las mujeres notables de la primera mitad del XIX, se acabó arrepintiendo un poco de su vida de juventud cuando llegó a la madurez.

Aunque eso no lo sabía cuando empecé a leer Dos Mujeres en mi edición electrónica. Sinceramente, esperaba un libro un tanto pelmazo y con unas de esas políticas que hacen que a las lectoras del siglo XXI no nos quede más remedio que poner los ojos en blanco. Y, sin embargo, me lo leí de un tirón. Había decidido leer un poco antes de irme a dormir. Me fui a dormir cuando ya había llegado a la página final.

Dos Mujeres, una historia de sororidad en medio de un triángulo amoroso

Dos Mujeres es la historia de un triángulo amoroso (y sí, si lo hubiese leído este verano me hubiese valido para cerrar uno de los puntos del retópata), con muchos toques decimonónicos. Si hoy alguien hubiese escrito la historia, posiblemente lo hubiese hecho de un modo completamente diferente. Sin embargo, a mí me sorprendió al leer encontrarme con toques de proto-feminismo y, sobre todo, que cuando llegué a la página final la historia me pareció, más que una narración sobre amores trágicos (insisto: Romanticismo) una historia sobre una relación de sororidad. Cuando llegas a la página final, te das cuenta de que la relación importante al final ha sido la que han establecido, sin no conocerse mucho, la amante y la esposa.

La historia arranca con la boda de Luisa y Carlos, dos jóvenes primos que se casan alentados por sus respectivos padres. Es el clásico matrimonio concertado en el que se espera que los novios se quieran, se lleven bien y unan sus patrimonios. Carlos ha estado formándose en el extranjero y Luisa es una suerte de prototipo de ese ángel del hogar que hará fortuna en las décadas posteriores.

Todo parece ir muy bien en su mundo de color de rosa hasta que Carlos tiene que irse a Madrid a solucionar unos problemas vinculados a una herencia. Luisa se queda en la casa familiar, echando de menos a su marido y siendo desgraciada (y un tanto pesada para el lector contemporáneo), y Carlos se va a enfrentar con las tentaciones de la capital, como es el caso de la vida ociosa, la alta sociedad y, por supuesto, la femme fatale, Catalina. Catalina, una viuda moderna, inteligente y sofisticada, es la gran tentación a la que se enfrenta Carlos, que se acaba convirtiendo en su amante. En cualquier otra novela, Catalina sería la mala por excelencia y el narrador de la historia nos lo dejaría completamente claro.

En Dos Mujeres, sin embargo, Catalina no es un personaje tan simplista. Y aunque el final es trágico, no es exactamente lo que acabas por esperar de una historia así y de una novela de este estilo. Porque a simple vista puede parecer que Carlos es el que sale mejor parado (Catalina se suicida, Luisa está en la corte, él recibe el puesto político que ansiaba), pero en realidad el final no es tan sencillo. Carlos puede tener la posición social que ansiaba, pero pierde a Catalina y pierde también a Luisa. Y hasta el propio suicidio de Catalina está bastante lejos de lo que habitualmente ocurre en este tipo de historias. La moral de la novela es, en realidad, una crítica a la institución del matrimonio tal y como entonces se estilaba.

Por eso, cuando llegué a la página final de la novela en mi Kindle, la mejor manera de señalar mi reacción estaría en poner al emoji al que le explota el cerebro. La novela me pareció completamente subversiva, un texto muy rompedor teniendo en cuenta cuándo y quién había escrito aquella historia. Así que entré en un bucle de leer más de Gertrudis Gómez de Avellaneda (y conseguí online la edición de Cátedra de Sab) y sobre ella (lo cual no fue tan sencillo como esperaba, porque no hay una gran biografía de la escritora, al menos una que se pueda encontrar fácilmente en las librerías y que haya sido publicada más o menos recientemente).

Sab también es una novela subversiva, que critica dos realidades de la sociedad de su momento. Por un lado, es una crítica a la esclavitud (y en algún lugar leí que había sido una crítica anterior a la mucho más popular y mencionada La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe). Por otro, es una crítica a la situación en la que se encuentran las mujeres. La novela hace un paralelismo entre la situación de unos y otras. Tanto los esclavos como las mujeres casadas, nos dice la historia, son seres que han perdido todos sus derechos.

La novela es un tanto más ardua para los lectores actuales (o al menos esa fue muy experiencia, quizás porque está más llena de descripciones y de esos párrafos sobre la naturaleza y el entorno que tanto gustaban a los escritores decimonónicos) que Dos Mujeres (con su retrato de la alta sociedad madrileña, que no es exactamente como das por hecho que era). Sab fue, eso sí, una novela muy popular y también muy polémica.

Tanto Sab como Dos Mujeres fueron eliminadas de sus obras completas cuando Gómez de Avellaneda las publicó en la etapa final de su vida.

Una biografía apasionante

Y aquí volvemos al punto en el que comienza este artículo. Volvemos a las horas que pasé sentada entre el suelo de un pasillo del aeropuerto de Schönefeld, frente a una pequeña librería aeroportuaria, y un asiento incómodo al lado de un enchufe que no funcionaba, con las cartas que la escritora envió a lo largo de su vida y que fueron publicadas después de que ella muriese, aunque alguno de los textos –como ocurre con la Autobiografía que mandó a Ignacio de Cepeda, uno de sus ‘love interests’, – tenía la clara petición de ser quemada tras ser leída.

Encontrar las cartas en internet no es complicado, porque obviamente todas ellas están ya en dominio público. De hecho, hay también ediciones en ebook que se pueden descargar de forma muy rápida y encontrar sin mucho problema en Amazon. Sin embargo, tras leerlas, mi recomendación está en hacerse con Tu amante ultrajada no puede ser tu amiga. Es una edición en papel de las cartas, publicada por Editorial Fundamentos hace unos cuantos años. En esta edición, las cartas tienen un editor (Emil Volek) que no solo ha hecho un trabajo de organización (las cartas no tienen fecha) sino también de introducción y unas cuantas notas. La edición es la que resulta más fácil de leer (aunque respete la ortografía de Gómez de Avellaneda).

Las cartas son una manera de adentrarse en la vida privada de Gómez de Avellaneda (y también una manera de adentrarse en la vida privada de las mujeres de la era romántica, más allá del pulido de las décadas posteriores para hacerlas más adecuadas a lo que se esperaba de las mujeres y de sus hechos). La autora es una mujer que escribe, que lo hace de forma plenamente consciente y que toma decisiones sobre el rumbo de su propia vida. Es la mujer que se deshace de la tutela de la familia de su padrastro cuando cree que no es lo que le conviene y se emancipa, la que no se casa con quien sus familiares esperan (y llega a romper un compromiso de ‘buen matrimonio’) y la que se convierte en un elemento más de la escena literaria de Madrid. Gómez de Avellaneda era una escritora de prestigio y que incluso hizo fortuna con las letras.

En su último testamento, como explica José Servera en la introducción de Sab en la edición de Cátedra, cifraba su fortuna en los 70.000 duros, “cifra nada despreciable para la época”. Entre sus muchos herederos, estaba la Real Academia Española a quien legó sus obras.

Gómez de Avellaneda había sido la primera mujer en intentar entrar en la RAE en los años 50, sin éxito.  El reglamento de la RAE no prohibía que una mujer fuese académica, así que Avellaneda lo intentó (y tenía apoyos dentro). No lo consiguió (y no se conseguiría hasta 1979…). «Parece, sin embargo, que los señores académicos han decidido en una de sus últimas sesiones que no pueden las señoras pertenecer a dicha corporación«, se lee en un periódico de la época.

Una escritora de la España romántica

Gertrudis Gómez de Avellaneda había nacido en Cuba en 1814. Su padre era un oficial de la Marina, destinado en Cuba, y su madre la hija de un hacendado local. El padre de Gómez de Avellaneda murió cuando ella tenía 11 años y su madre volvió a casarse, muy rápido para los cánones de la época, con otro militar. A pesar del segundo matrimonio de la madre, la vida de la escritora estuvo muy marcada por la influencia de su abuelo materno, quien arregló su matrimonio cuando ella era muy joven. Sin embargo, nunca llegó a casarse con el pretendiente que su abuelo había buscado, rompiendo el compromiso a los 15 años y creando tensión en la familia (Gertrudis Gómez de Avellaneda será excluida del testamento de su abuelo).

Cuando tenía 22 años, su padrastro convenció a su madre para volver a la España peninsular (entonces, no olvidemos, Cuba era una colonia española) y la familia liquida sus posesiones cubanas y emprende un viaje a Europa. Tras pasar un tiempo en Francia, la madre, los hijos del segundo matrimonio y Gertrudis llegan a A Coruña, donde vivía la familia del padrastro. La experiencia no fue la mejor. Gómez de Avellenada vivió dos años en la ciudad, llevándose fatal con sus tiastras y, eso sí, empezando posiblemente a escribir sus obras de ficción. Pensó en casarse para escapar a la situación familiar (ella misma lo cuenta en la autobiografía), pero la opción del matrimonio no cuajó. Acabaría dejando el hogar familiar, emancipándose y viajando desde A Coruña a Andalucía, para conocer a la familia de su padre (que también intentó casarla con un pretendiente).

Pero en esa ruptura con la familia y en ese viaje al sur empieza su carrera como escritora. En la prensa andaluza publica poemas y en Sevilla estrena su primera obra de teatro. Desde ahí, y con ese éxito en la mano, empezó a publicar poesía, novelas y obras de teatro. En el Madrid romántico conocerá el éxito como escritora y también tendrá una vida personal agitada (como dirían los cronistas del pasado). Se enamora varias veces de forma pasional y, de una de esas relaciones, la que mantendrá con Gabriel García Tassara, tendrá una hija. La niña, enfermiza, no vivirá mucho.

Muere cuando es todavía un bebé y, aunque la escritora manda cartas a García Tassara para que la conozca antes de morir, el padre de la niña ni la conoce, ni la reconoce públicamente. Básicamente, García Tassara se lava las manos ante la situación. “No tema V. oír reproches, no. He comprendido perfectamente todo el horror e mi suerte; ha pesado sobre mi alma toda la grandeza de mi desventura; pero las almas fuertes se rompen sin plegarse”, le escribía a Tassara en una carta, posiblemente cuando estaba embarazada (en la edición de las cartas en una de las siguientes anuncia que se va a pasar unos días al campo, posiblemente – podemos leer entre líneas– para dar a luz en secreto).

La escritora, aunque en una de sus cartas promete que no se casará “nunca” o que solo lo haría con un hombre al que admirase mucho, acaba haciéndolo poco después del nacimiento y muerte de su hija. El elegido es Pedro Sabater, que muere poco después del matrimonio. Se volverá a casar una década después con Domingo Verdugo, un hombre con buenas conexiones con la corte madrileña. Para mejorar la salud de este segundo marido, viajará a Cuba unos años más tarde, donde él morirá.

En este tramo final de su vida, Gertrudis Gómez de Avellaneda se había distanciado un poco de cómo era cuando era una exaltada joven romántica y se había vuelto más religiosa. Su cambio no es extraño (otras mujeres de letras se volvieron mucho más conservadoras con el paso de los años, como pudo ser el caso de por poner un ejemplo de otra literatura Mary Shelley) y va bastante en la línea de los tiempos (la sociedad en la que se movía también se había hecho más conservadora). En sus últimos años de vida, vive retirada de la sociedad y su salud ya no es muy buena.

“Acaba de morir una mujer notable por su genio, por su ilustración, por sus producciones, que hacían de ella una gloria nacional. Y sin embargo , la prensa que se ocupa diariamente en dar noticia de los regalos que D. Amadeo ha hecho a sus ministros y servidores con motivo o con protesto del natalicio de su tercer hijo; la prensa que dedica ampulosas alabanzas a la pieza que va a ponerse en escena al día siguiente en el teatro Martin, o que se ha estrenado la víspera en el del Recreo, apenas si ha concedido algunas líneas en su sección de gacetilla a participar al público que ha muerto, a edad no avanzada, la ilustre poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda», lamentaba el cronista de sociedad Asmodeo en La Época del 10 de febrero de 1873. La escritora había fallecido el día 1.

 

*Este artículo forma parte del plan de lectura de escritoras del XIX españolas. Más sobre el plan, aquí 

Antes hemos hablado de Rosario de Acuña

Libro leído para el plan de lectura: Dos Mujeres (eBook de dominio público)

Diferentes imágenes de Gómez de Avellaneda: Wikipedia