Roald DahlAhora que, lamentablemente, el tema de las vacunas está tan de actualidad, no está de más recordar que, a pesar de que la mayoría de las vacunas son relativamente recientes, los prejuicios contra ellas no son ninguna novedad. Ya en 1988, Roald Dahl escribió una emotiva carta sobre la muerte de su hija y la necesidad de vacunar a los niños. Su hija mayor, Olivia, murió a los siete años como conscuencia de las complicaciones provocadas por un sarampión. En 1962. Un año después llegaría la vacuna que podría haberla salvado. Y Dahl, lógicamente, deseaba que todos los padres la tuvieran en cuenta y se evitaran un sufrimiento como el que había tenido que pasar su familia.

«SARAMPIÓN, una enfermedad peligrosa

Olivia, mi hija mayor, cogió el sarampión cuando tenia siete años. Mientras la enfermedad seguía su curso habitual recuerdo leerle a menudo en la cama, sin sentirme particularmente alarmado. Entonces una mañana, cuando se encontraba bien ya camino de recuperarse, estaba sentado en su cama mostrándole cómo crear animalitos con limpiapipas de colores, y cuando le tocaba el turno a ella de hacer uno, me di cuenta de que sus dedos y su mente no se coordinaban y que no podía hacer nada.

“¿Te encuentras bien?” Le pregunté

“Tengo sueño”, me contestó.

En una hora estaba inconsciente. En doce horas estaba muerta.

El sarampión se había convertido en una cosa terrible llamada encefalitis por sarampión y no había nada que los médicos pudieran hacer para salvarla. Eso fue hace 24 años, en 1962, pero incluso ahora, si un niño con sarampión desarrolla la misma reacción mortal que Olivia, sigue sin haber nada que los médicos puedan hacer.

Por otra parte, ahora hay algo que los padres pueden hacer para asegurarse de que este tipo de tragedia no les ocurre a sus hijos. Pueden insistir en que sus hijos sean inmunizados contra el sarampión. Yo no pude hacerlo por Olivia en 1962 porque en aquella época no se había descubierto aún una vacuna efectiva contra el sarampión. Hoy una vacuna segura y eficaz está al alcance de todas las familias, y lo único que tienes que hacer es pedirle a tu médico que se la ponga.

No se suele pensar que el sarampión pueda ser una enfermedad peligrosa. Creedme, lo es. En mi opinión, los padres que rechazan que sus hijos sean inmunizados están poniendo sus vidas en peligro. En Estados Unidos, donde la vacunación contra el sarampión es obligatoria, tanto el sarampión como la viruela han sido prácticamente erradicadas.

Aquí en Gran Bretaña, donde muchos padres rechazan, ya sea por obstinación, ignorancia o miedo, que sus hijos sean inmunizados, todavía padecemos 100.000 casos de sarampión cada año. De entre ellos, mas de 10.000 sufrirán efectos secundarios de un tipo u otro.Al menos 10.000 desarrollarán infecciones de oído o de pecho. Alrededor de 20 morirán.

DEJEMOS QUE CALE.

Cada año, alrededor de 20 niños morirán en Gran Bretaña por culpa del sarampión.

¿Y qué ocurre con los riesgos que corren tus niños por ser inmunizados?

Son casi inexistentes. Escucha. En un distrito de unas 300.000 personas, ¡solo habrá cada 250 años un niño que desarrolle efectos secundarios graves debido a la vacuna! La probabilidad es de uno entre un millón. Puedes pensar que hay más probabilidades de que tu hijo se atragante hasta morir con una barra de chocolate que de resultar gravemente enfermo por la vacuna.

¿Qué diablos es lo que te preocupa? Es casi un crimen permitir que tus hijos no se inmunicen.

El momento ideal para hacerlo es a los 13 meses de edad, pero nunca es tarde. Todos los niños en edad escolar que todavía no han sido vacunados deberían pedirle a sus padres que lo arreglen lo antes posible.

Por cierto, dediqué dos de mis libros a Olivia, el primero fue ‘James y el melocotón gigante’. Eso fue cuando todavía estaba viva. El segundo fue ‘El Gran Gigante Bonachón’ , dedicado a su memoria después de que muriera de sarampión. Verás su nombre al principio de cada uno de esos libros. Y sé lo feliz que se sentiría si pudiera saber que su muerte ha ahorrado una buena cantidad de enfermedad y muerte entre otros niños».

Vía | Roald Dahl