
En la España de los años 60 y 70, quien vendía más libros era Corín Tellado. La escritora de novela romántica salía cada semana con tiradas amplísimas, que circulaban con una recepción muy positiva. Se la leía mucho. Pero, en ese que se la leyera tanto, también tenía mucho que ver el hecho de que la escritora publicaban muchísimo: cuando murió había escrito cerca de 4.000 historias (que ahora, por cierto, tendrán una nueva vida en el mundo del streaming).
Pero ¿cómo se logran escribir tantas historias y producir tantos textos? Corín Tellado tenía una disciplinada rutina de trabajo.
En Sociología de una novela rosa, de Andrés Amorós (que analizó en 1968 el fondo y la forma de los libros de Corín Tellado), el crítico identificó una especie de fórmula del éxito de sus historias. Sus novelas seguían un formato. Tenían un título interesante, que resultaba sugestivo y un tanto misterioso, y seguían un patrón de argumento. Los protagonistas se aman, pero existe un obstáculo que impide su relación y que debe ser resuelto.
Este es, añadimos, la fórmula maestra general de la novela romántica a lo largo de las décadas. Hablar de fórmula suele crear una cierta percepción negativa, pero lo cierto es que así es como funcionan todas las novelas de género. La novela de misterio también juega con un título sugerente y con una fórmula argumental (los protagonistas se cruzan con un crimen que interrumpe la vida diaria y deben resolverlo).
Más allá de la estructura de la novela, lo crucial para entender cómo pudo escribir tanto está en comprender cómo trabajaba Tellado. La primera de sus novelas la escribió mientras velaba a su padre enfermo y casi como un reto. Las demás las escribió ya con una consciencia clara de ser una escritora profesional y con una estructura de trabajo.
Corín Tellado dedicaba sus mañanas a trabajar. Lo hacía en una especie de jornada continua. La escritora se levantaba a las cinco de la mañana, leía lo que había escrito el día anterior y se ponía a escribir hasta la hora de la comida. No tenía fetiches a la hora de escribir (“es una tontería”, señalaba en una entrevista).
Lo único que necesitaba era un cenicero – era fumadora – y su máquina de escribir. Al principio, escribía a mano y una mecanógrafa las pasaba a limpio, pero se dio cuenta de que no siempre entendía bien su letra. Así que decidió escribir ella misma: lo hacía con cuatro dedos pero a toda velocidad.
Sus novelas las escribía en su casa, en la habitación destinada a ello, rodeada de muchísimos libros de consulta. Escribía muy rápido: algunas novelas eran cuestión de un par de días. Nunca, eso sí, tuvo escritores fantasma. Sus obras eran suyas.
“Yo estoy haciendo el trabajo que me gusta y un trabajo que me da dinero”, dijo en una entrevista en Televisión Española en los años 80.