Es probable que si el destino de la última familia imperial rusa no hubiese terminado en el sótano de una casa en una ciudad siberiana su historia se recordase de otra manera o hubiese sido narrada de un modo completamente diferente. Al fin y al cabo, con el final de la I Guerra Mundial, cayeron muchas más familias reales a lo largo de Europa, sin que su historia se convirtiese en material para películas, novelas, teorías y cierta fascinación.

Pero, por supuesto, esta reflexión no es más que historia-ficción y nunca sabremos cómo hubiesen sido las cosas si la historia se hubiese desarrollado de forma diferente y si ahora habríamos estado comentando antes que nada por qué le llamaban Nicolás el Cruento al último zar cuando se hablaba de su historia.

El final de los Romanov fue sin embargo trágico, dramático y con esos toques de tragedia literaria que hacen que se convierta en una historia fascinante y acabe convirtiéndose en el elemento central de la historia. Hace ahora ya 100 años (el centenario fue este verano), Nicolás II, la zarina Alejandra, sus cinco hijos y tres de los miembros de su séquito fueron asesinados a tiros en el sótano de la casa en la que llevaban varios meses encarcelados en Ekaterimburgo.

Los restos fueron hechos desaparecer a toda prisa (el país estaba en medio de una guerra civil y las tropas pro-monárquicas se acercaban a la ciudad) y después se dieron versiones contradictorias de lo que había pasado. La madre de Nicolás II, María, todavía no sabía a principios de los años 20 si su familia había muerto o no de forma completamente segura. Esta falta de una versión oficial sólida (y la ausencia de los restos de los muertos) fue lo que hizo que apareciesen historias y más historias sobre posibles miembros de la familia que habían escapado por una razón o por otra a la muerte y que exigían ser reconocidos como el miembro de la familia en cuestión que tocase (la más conocida, Anna Anderson, que decía ser Anastasia).

El epílogo a la historia y los testimonios de princesas escapadas a una muerte fatal son material de película de Hollywood y de cuento de hadas, lo que hizo que la historia tomase una dimensión distinta y que la fascinación creciese. Pero en la historia real el punto final estuvo en el verano del 18 y también es mucho más complicada que un simple cuento de princesas.

Y eso es lo que refleja la última entrada bibliográfica – o una de las últimas – que han lanzado las editoriales españolas sobre el tema. Páginas de Espuma acaba de publicar Romanov. Crónica de un final: 1917-1918, que da a los miembros de la familia, a su entorno y a personajes históricos contemporáneos e implicados en la historia (como Kerenski) voz para narrar la historia. El libro no es un ensayo, sino una selección de textos que bebe de fragmentos de diarios, cartas, telegramas, memorias y libros de recuerdos para construir los dos años finales de la familia. La narración comienza en el mes último del imperio zarista, cuando Nicolás II aún no ha abdicado pero las calles de San Petersburgo ya se han levantado en protestas, y termina con la muerte de la familia.

Dejar la narración en manos de sus personajes hace que veamos las cosas bajo su punto de vista y que sean ellos los que cuenten – de forma obviamente poco neutral – lo que está ocurriendo. Y, sin embargo, la selección de textos (¿realizada por la traductora, Tatiana Shvaliova? El trabajo de edición no está claramente atribuido en la letra pequeña, aunque creemos que debería haber sido más reconocido) hace que se pueda tener una visión bastante general de lo que ocurre y de la situación en la que se encontraba el país. Porque sí, la Revolución de Febrero es la zarina Alejandra quien la describe, pero su propia narración – y muy poco objetiva – permite que el lector actual se imagine la otra parte con un poco de lectura crítica.

Y, por supuesto, la narración permite hacerse una imagen de la familia como entorno familiar e imaginarse cómo estas dinámicas y estos comportamientos afectaron a la historia de principios del siglo XX. La selección de textos muestra cómo estaban de separados de la realidad y cómo no comprendían lo que estaba pasando a su alrededor, pero también la estrecha relación que tenían entre ellos o el modo en el que se trataba a los miembros de la familia (y sorprende sin duda el modo en el que las hijas son siempre ‘las niñas’, a pesar de que las más jóvenes eran adolescentes y las mayores jóvenes adultas).