En los últimos años se han puesto de moda otra vez los cócteles. Ya no nos parecen sacados de un fotograma de Mad Men o de una película retro y todos hemos aprendido a pedir combinaciones exóticas. El gin tonic es ya tan común como el que más (cualquier bar tiene ya una carta de gin tonics en cada mesa) y la revista Time ha llegado a publicar hasta un análisis explicando como ha conseguido el éxito a pesar de la recesión económica. Pero los cócteles no son de ahora y en los Felices Años 20, los locos tiempos de las flappers, ya se consumían con entusiasmo, a pesar de la Ley Seca.
Y la flapper por excelencia tenía por supuesto su cóctel favorito. Zelda Fitzgerald, la esposa y musa del escritor Francis Scott Fitzgerald, es recordada por muchas cosas. La primera es el papel que tiene en la obra de su marido, que utilizó su personalidad (y sus diarios y sus cartas) para perfilar a las diferentes protagonistas de sus obras. La segunda son sus intentos por encontrar su propia forma de expresión artística, ya sea en el arte o en la literatura. La tercera es, por supuesto, su condición de auténtica party girl. No había fiesta en la que Zelda y Francis Scott Fitzgerald no estuviesen bailando y bebiendo hasta el amanecer.
Zelda prefería el orange blossom, como cuenta en su biografía Zelda’s Story Judith Mackrell. La bebida se compone de ginebra y zumo de naranja dulce, mezclados en una copa de cóctel. Era lo que Zelda Fitzgerald bebía en todo momento (era también una de las bebidas favoritas de la Era del Jazz) y era lo que sostenía en una mano (en otra tenía un cigarrillo) cuando recibía a los amigos de Princeton de Scott Fiztgerald (y a él no le gustaba nada) en la bañera.
Foto | Saku Takakusaki