Escribe en algún momento Hallie Rubenhold en The Five. The Untold Lives of the Women killed by Jack the Ripper (Doubleday en su edición británica, desconocemos si será publicado en castellano) que, a pesar del paso del tiempo, seguimos enfrentándonos a la historia de Jack el Destripador y a sus protagonistas –las cinco mujeres que forman parte del canon– usando los códigos de moral de la sociedad victoriana. Cuando se lee a Rubenhold apuntándolo es casi como si se encendiese una luz, una bombilla de ideas. La historiadora está señalando algo que es prácticamente obvio… pero en lo que no nos habíamos parado a pensar hasta que no lo subrayó en su análisis.
La historia de Jack el Destripador causó fascinación cuando estaba pasando, alentada por la prensa popular y por una cobertura amarilla, dramática y sensacional de los hechos (y que saltó de la prensa británica a la prensa de los demás países: la historia se convirtió en un elemento global, seguido con pasión y miedo en muchos y muy diversos lugares; véase si no cuando la prensa hablaba de que estaba en A Coruña o en Ourense), y ha seguido causando fascinación décadas más tarde.
Para los medios, Jack era una especie de genio loco, un asesino malvado sí, pero tan inteligente que había logrado escapar por completo a los policías que lo buscaban con ímpetu. Las mujeres que había asesinado eran, en esta narrativa, como elementos secundarios y no las protagonistas de la tragedia que las había afectado en primera persona. Eran simplemente prostitutas. Mujeres malas. Desechos de la sociedad. Transgresoras sociales que en cierto modo, para los medios de su época, se habían buscado su desgracia llevando una vida decadente.
Aún ahora, más de un siglo después y con el impacto de varias oleadas feministas entre medias, cuando los medios siguen narrando esta historia se sigue partiendo de esa dicotomía. En la cultura popular, las cinco mujeres son sombras sin nombre, mujeres sin más historia que ser cinco prostitutas que estaban en cinco callejones o lugares turbios cuando Jack el Destripador salía a “hacer de las suyas”.
Pero esas cinco mujeres tenían nombres, vidas, historias. Eran mucho más que el momento en el que fueron asesinadas. Y eso es lo que reconstruye, brillantemente, el libro de Rubenhold. Frente a la narrativa tradicional bajo la que suele presentarse esta historia, aquí Jack el Destripador es la nota a pie de página, la mención de pasada en un párrafo. La historiadora ni siquiera dedica espacio a especular con quién podría ser o no el Destripador.
En realidad, no es importante, porque esta no es su historia sino la de las cinco mujeres a las que asesinó. Eran Polly, Anne, Elizabeth, Catherine y Mary Jane.
De hecho, el libro no debería clasificarse como un true crime ni meterse en una lista de libros sobre crímenes o asesinatos. Esta es la historia de cinco mujeres y funciona, además, como una manera de adentrarse en las condiciones de vida en las que tenían que moverse las mujeres de clase baja a finales del siglo XIX.
Porque lo cierto es que lo que Polly, Anne, Elizabeth, Catherine y Mary Jane tenían en común cuando murieron no era su profesión. Era, simplemente, que eran mujeres pobres.
Las vidas de cinco mujeres
Los puntos de partida de las historias de Polly, Anne, Elizabeth, Catherine y Mary Jane son diferentes.
Una de ellas era sueca, criada en una granja y enviada a la ciudad para convertirse en criada y ganar dinero para hacerse su ajuar (no, no salió bien y los diferentes golpes del destino la llevarían a Londres). Otra de ellas había vivido un proceso de desclasamiento que la había empujado al abismo, arrancando en la clase obrera más acomodada (era la esposa de un cochero, una posición bien pagada en el servicio doméstico) y desplomándose hasta ser una vagabunda. Otra había vivido, en los primeros años de su matrimonio, en uno de los Peabody Buildings, los primeros pisos protegidos que se habían construido en Londres y que estaban muy lejos de las atestadas condiciones de vida de los barrios bajos londinenses. Dos de las cinco mujeres habían sido con certeza prostitutas en algún momento de sus vidas. Las otras tres posiblemente no lo fueron nunca. Aunque en realidad este detalle no debería tener ninguna importancia y sus historias no deberían tener como punto de partida a qué se dedicaban.
La historiadora ha recuperado sus biografías siguiendo los –poco fiables, como ella reconoce– textos de la prensa del momento, pero también –mucho más fiables– los datos de archivos y documentos oficiales. Ir leyendo las cinco biografías, que Rubenhold va publicando una tras otra y no uniendo en simultáneo (lo que hace mucho mejor la lectura), acaba dejando claros varios puntos.
Lo que todas estas mujeres tenían en común era el alcoholismo y una situación desesperada. De hecho, casi todas ellas dormían en la calle en el momento de su muerte y/o en los días previos. Cuando no tenían que dormir en la calle, lo hacían en espacios en los barrios bajos en los que por muy poco dinero se podía alquilar el derecho a usar durante la noche una cama (pero por muy bajo que fuese el precio, lograr ese dinero no era fácil). Se habían quedado sin recursos y muchas de ellas sin una red de apoyo familiar a la que echar mano.
También, sus biografías permiten comprender la situación de absoluta exposición a las decisiones de los hombres y su poco margen de maniobra para protegerse frente a ellas. Eran mujeres privadas de derechos y de recursos, lo que hacía que su situación acabase siendo más desesperada.
Los policías del momento decidieron rápidamente que las fallecidas eran prostitutas, un paraguas en el que metían de forma habitual y sin muchos miramientos a las mujeres de las clases más bajas y más desesperadas de la ciudad (simplificando de un plumazo una situación que era muy compleja en lo que a las relaciones entre géneros tocaba, como apunta la historiadora) e investigaron qué había pasado partiendo de todos sus prejuicios sobre las mujeres que se dedicaban a la prostitución.
De hecho, como apunta la historiadora, la investigación policial falló desde el minuto uno. Lo más probable, nos dice, es que esas mujeres fueran asesinadas cuando estaban durmiendo, refugiadas en callejones y zonas de la urbe que habitualmente se empleaban para eso, y no trabajando en las calles durante la noche. Jack el Destripador era, quizás, un asesino que atacaba a mujeres que dormían.
Foto | Annie Chapman, una de las cinco mujeres, con su marido. Vía Wikimedia Commons
Hallie Rubenhold no propone que todas las víctimas canónicas no hubiersen ejercido el meretricio al tiempo de ser asesinadas en el año 1888 en el villorrio de Whitechapel, este de Londres, pero sí postula que tres de aquellas infortunadas féminas nunca fueron prostitutas.
Admite que Mary Kelly y Elizabeth Stride sin duda lo eran, pero niega tal oficio a cargo de las restantes: Polly Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes.
La historiadora se ha quejado de haber recibido insultos machistas en las redes, e incluso amenazas.
Si así ocurrió, por cierto que tal actitud en su contra es inaceptable y merecedora del mayor repudio.
Sin embargo, no podría menos que destacar que evidencias surgidas de las encuestas judiciales instruidas por los decesos de estas occisas contradicen la hipótesis de venimos comentando.
Al menos en el caso de Polly Nichols y de Annie Chapman parecería haber prueba irrefutable de que al momento de ser asesinadas estaban practicando su único medio posible de supervivencia.
La sugerencia de la historiadora de que estas mujeres fueron sorprendidas por su asesino mientras estaban dormidas en plena calle, y el criminal aprovechó esa indefensión para matarlas no se sostiene.
En la pertinente encuesta de Polly Nichols, por ejemplo, luce la declaración de su amiga la reconocida meretriz Emily «Ellen» Holand, quien describió su conversación con la víctima momentos previos a ser esta encontrada muerta en la madrugada del 31 de agosto de 1888.
Mary Ann Nichols le mencionó a su amiga «Tres veces obtuve los cuatro peniques necesarios para pagar la cama, y las tres veces me los bebí».
Cuatro peniques, como es sabido, resultaba el importe que valía una cama de alojamiento en las malhadadas pensiones de ese distrito londinense.
Pese al ruego de Ellen de que no se siguiera arriesgando y volviera al alojamiento junto a ella, pues ya eran las 2 y 30 de la madrugada, Nichols, muy ebria ya, se negó alegando que estaba segura que iría a conseguir los clientes precisos para lograr el dinero que costaba el lecho. A su vez, también consta en la encuesta judicial que unas horas antes se había ufanado ante el suplente del encargado de su pensión del sombrerito nuevo que llevaba puesto, diciéndole que estaba segura de hallar clientes esa noche, pues se creía muy deseable y mejor vestida que de costumbre.
«Esta noche será mi noche de suerte, mira que lindo sombrerito llevo», expresó Polly, según surge consignado en las actas judiciales.
Por su parte, por solo citar una evidencia de que la víctima Annie Chapman, movida por la necesidad extrema, ejercía en sus momentos finales el oficio más viejo del mundo, baste con señalar que su cadáver fue hallado tendido, con sus terribles mutilaciones expuestas, en un callejón de la calle Hanbury donde las meretrices practicaban su oficio llevando allí a sus clientes..
El caso de Catherine Eddowes, admito que podría ser más dudoso.
En la instrucción judicial por su óbito su pareja James Kelly y otros conocidos negaron que ejerciera la prostitución y, de hecho, había arribado a Whitechapel poco antes del 30 de septiembre de 1888 donde sería ultimada de manera atroz.
Antes había estado, con su pareja James Kelly, segando lúpulo en la ciudad de Kent, labor zafral que le permitió disponer de unos chelines que ya había gastado, sobre todo bebiendo alcohol, en su estancia al distrito del este de Londres. En realidad Kate había ido allí con el propósito de requerir dinero prestado a su hija casada, en la creencia de que la misma aún residía en esa localidad.
Empero, la joven se había mudado bastante tiempo antes, como Eddowes descubrió con disgusto al llamar a la puerta de la vivienda donde suponía que aquella residía. Se especula que la hija estaba harta de los pedidos de dinero de su madre y deliberadamente le proporcionó una dirección falsa.