
Es una de esas cosas que no recuerdas cuándo o dónde aprendiste, posiblemente en el colegio en alguna clase de Conocimiento del Medio. Aunque nos separan muchos siglos de ellos, nuestra relación con los antiguos romanos es muy estrecha. No solo nos dejaron una lengua, sino también elementos básicos para nuestra cultura y hasta para la sociedad. Había que estudiar a esa Antigua Roma porque al final eran una especie de tatarabuelos.
Pero ¿qué recordamos de aquello que aprendimos y, sobre todo, qué era lo que nos enseñaron? En la bruma que envuelve a prácticamente todo lo que aprendimos en el colegio, se quedarán unas cuantas cosas, cierto, pero también habrá muchas ausencias, como la de la presencia de las mujeres en esa Roma. Posiblemente, en algún momento aprendimos un parrafillo sobre ellas, una nota sobre sus pocos derechos y su posición un tanto marginal en la sociedad romana. Al fin y al cabo, las romanas no aparecen en los grandes textos históricos que nos permiten conocer a la antigua Roma.

Obviamente, las mujeres estaban allí, por mucho que estén ausentes de las historiografías que fueron configurando nuestra visión de Roma. De hecho, se las puede encontrar, a ellas y a su historia, en otras fuentes. Si se excava, aparecen.
«No solo es que carezcamos de la voz de las mujeres, de los niños, de los pobres o de los marginados, sino que los romanos no pretendían ser objetivos», escribe en Soror. Mujeres en Roma –una de las novedades de esta temporada de otoño de Desperta Ferro– la historiadora Patricia González Gutiérrez, sobre cómo los propios romanos construían la visión que se tenía de ellos, su presente y su pasado, cuando escribían sus libros.
Su ensayo es una muestra de que las mujeres romanas también son parte de la historia y que esa historia debe ser contada.
Hay que hablar de mujeres romanas, en plural, porque la mujer romana, así, en estado tipo, no existe. Las mujeres de la antigua Roma eran tan diversas como lo pueden ser las mujeres de hoy en día. Lo eran en cuestiones de clase, de formación, de poder o de estilos de vida. Todas, eso sí, debían moverse en un contexto que limitaba sus derechos y enfrentarse a ciertos lastres por el hecho de ser mujeres (desde el elevado peligro que suponía dar a luz hasta el hecho de que su vida dependía de las decisiones de los hombres de su familia).
Algunas de esas mujeres romanas pasaron a la historia, como ocurrió con algunas de las mujeres de la familia imperial, pero la gran mayoría se quedaron en los márgenes, a pesar de que ellas mismas estaban siendo también parte de la historia vivida.
Por no tener, las mujeres romanas no tuvieron durante cierto tiempo nombre. «Un buen ejemplo, y el primer recordatorio para las mujeres, de su posición social y de lo que significaban en la sociedad, es la ausencia de nombre como lo entendemos hoy en día», escribe González Gutiérrez. «Las romanas tuvieron que buscarse un hueco social para acceder a un nombre propio y, aun así, nunca alcanzaron la potencia identitaria del nombre masculino», añade.
Las mujeres romanas fueron, durante mucho tiempo, nombradas únicamente usando el nomen, el nombre familiar. Esto hacía que, por ejemplo, todas las hermanas se llamasen igual, por lo que se aplicaban apodos que indicaban su orden dentro de la familia (como un numeral o un maior o minor). Lo que importaba no eran ellas como personas, sino a qué familia pertenecían.
Imagen | Detalle de un fresco que muestra una lavandería, vía Wikimedia