
Una de las ilustraciones de una de las primeras ediciones: la ilustradora era May Alcott, la hermana de la escritora
Es probable que si por Louisa May Alcott hubiese sido, Mujercitas nunca hubiese visto la luz. Ni siquiera se hubiese sentado a escribir el libro. Fue el editor del libro, Thomas Niles, quien le escribió en septiembre de 1867 pidiéndole que escribiese una novela para niñas. Alcott se sentaría a escribir la historia en mayo del año siguiente, escasamente convencida del interés que tenía y viendo la propuesta como poco interesante (pero la escritora vivía de lo que escribía, así que lo vio como un trabajo más).
Escribió rápidamente los doce primeros capítulos y, aunque pensaba que eran aburridos, se los mandó al editor. Siguió escribiendo, de todos modos, hasta tener el borrador de la novela final. Tras diez semanas de intenso trabajo de escritura había nacido Mujercitas. Niles hizo que varias niñas leyesen la historia para ver su potencial y sus lectoras de prueba se entusiasmaron tanto con la narración que el editor vio que lo que tenía entre manos tenía tirón. Louisa May Alcott seguía pensando que el libro iba a ser un fiasco incluso en el momento de su publicación.
Se equivocaba. A finales de octubre, cuando el libro llevaba un mes en el mercado, se habían agotado los 2.000 ejemplares de la tirada. Las lectoras de la novela estaban tan entusiasmadas por los personajes y por la trama que pedían una continuación, que Alcott se puso a escribir también a toda velocidad (y fastidiada porque sus editores la presionasen para casar a todas sus heroínas) y que sería lo que hoy conocemos como Aquellas mujercitas (aunque en EEUU los dos libros se acabarían fusionando y la tradición ya implica publicarlos en único tomo).
Uno de los grandes clásicos de la literatura infantil de los últimos doscientos años acababa de ver la luz y Louisa May Alcott, que acabó en ese mercado por casualidad y por necesidades, se convirtió en uno de los nombres clásicos del género.
La biografía literaria de Mujercitas, la historia de su edición y el modo en el que se acabó convirtiendo en una historia integrada en la cultura popular casi de una manera global es el material sobre el que gira El legado de Mujercitas. Construcción de un clásico en disputa, de Anne Boyd Rioux, que acaba de publicar en español la editorial argentina Ampersand (pero el libro también se está distribuyendo en España y es muy fácil de localizar en librerías). Boyd Rioux no escribe una biografía de Louisa May Alcott, aunque el libro sí permite adentrarse en la escritora y su trayectoria, sino una de su novela más popular y de su génesis editorial, culminando en cómo el cine hizo que la historia se hiciese mucho más popular (y como no pocas veces influyó en cómo leemos a los personajes y su posición).
Aunque hoy en día hay quienes ven a Mujercitas como una historia clásica, una especie de oda a los valores familiares y a esa imagen victoriana de la mujer, la novela está muy lejos de ello y Louisa May Alcott lo está todavía más. Cierto es que la escritora claudicó con algunos de los elementos que su mercado esperaba. Al fin y al cabo, escribía las novelas para ganar dinero y necesitaba que se vendiesen. El mejor ejemplo de esta situación está en el personaje de Jo, que Alcott acaba casando con un profesor (aunque la elección de marido es bastante revolucionaria partiendo de los patrones de la época) porque todas las protagonistas tenían que tener un ‘final feliz’.
Pero a pesar de ello la historia es revolucionaria, en su fondo y en su forma. Adentrarse en lo que cuenta Boyd Rioux ayuda a verlo. Las hermanas March estaban muy lejos de la imagen ideal de las protagonistas de las novelas e historias para niñas que se publicaban entonces en Estados Unidos y que tenían una elevada carga de moralina protestante.
Lo mismo ocurría con los libros para niños, aunque ahí empezaba a haber cosas nuevas y más entretenidas (que seguramente las niñas también leían, aunque no fueran el público buscado, cogiéndolas prestadas de sus hermanos). Como explica Boyd Rioux, el objetivo de los niños era convencer a los niños de la justicia divina y todas las historias – muy previsibles – se orientaban hacia ello. Las protagonistas se pasaban el día leyendo la Biblia y sus libros resultan, apunta la autora, imposibles de leer para los lectores de hoy en día (algo que con las novelas de Alcott no ocurre).
Las protagonistas de Mujercitas se hacen escuchar, tienen cada una su propia voz y su propia personalidad y no son perfectas. Y, mucho más llamativo para los lectores de su momento, hablan y se comportan como cualquier otra chica de su edad. La narración no sermonea a sus lectoras y las cosas que cuenta simplemente enganchan a sus lectores por su propio peso.
Y, no hay que olvidar, la novela está basada en las vivencias – altamente idealizadas – de la familia de la escritora, que era hija de un pensador radical y había pasado por comunidades utópicas. La confusión entre la vida de la autora y la de sus personajes era tal que no pocas de las lectoras de la novela identificaban a Jo con la escritora y le escribían como si así fuera.
Era un libro entretenido, con unas protagonistas rompedoras, que conectó rápidamente con las niñas a quienes estaba dirigido pero también con el público adulto. En la primavera que siguió a la publicación del primer tomo, ya se habían vendido 55.000 ejemplares de la primera parte de la novela y la segunda se esperaba con fervor. Alcott se convirtió en tan popular que la casa familiar se convirtió en un destino de turismo literario: los lectores querían conocerla.
El éxito no solo le llegó a la novela en Estados Unidos. En Reino Unido fue importada rápidamente, saliendo varias versiones pirata de la novela que se aprovechaban de un vacío legal y que perjudicaron a la editorial que lanzó la primera ‘legal’ en 1871. La versión legal no tuvo mucho tirón con su estrategia de vender las dos partes en un único tomo, pero las piratas que lo hacían en dos y a precios baratos sí lo tuvieron. (Y curiosamente hoy en día la novela se sigue publicando en dos tomos en los países que formaban parte del Imperio Británico en la época, como los editores pirata marcaron). En esa década, la novela se expandió también por el resto del mundo, con versiones traducidas que hicieron que se leyese en muchos idiomas y fuese muy popular.
En Francia, cuenta Boyd Rioux, al padre de las hermanas March, un pastor en la novela original, lo convirtieron en médico para que no chocase con la moral católica del país. Algo que diría, por cierto, que pasaba en la traducción que leí yo de pequeña en España más de 120 años después (o al menos en mi memoria lectora el padre de las hermanas March era un médico y no un pastor). De hecho, lo que sí es seguro es que leí una versión censurada de la novela, porque la traducción desde la original primera edición no se publicó en España hasta 2004 y en una edición para adultos.