Puede que en ningún otro género a lo largo de la historia se haya producido tanto un exceso de moralina como una confusión entre la vida privada de los autores y sus obras como en la literatura infantil (al menos la del pasado). Las historias siempre tenían que ser educativas y los protagonistas niños dulces y encantadores, algo así como Pollyanna Whittier, la protagonista del clásico de principios de siglo XX que veía todo con buenos ojos. Y sus autores, por supuesto, tan dignos como los propios niños protagonistas. Es decir, un escritor de buenos libros infantiles no iba a ser un oscuro consumidor de opio que pasaba los días en algún siniestro fumadero como un autor de novela gótica cualquiera.
Pero si a eso sumamos además ser una escritora (y no un escritor), la moral (la moral del pasado, por supuesto) exigía otras cosas. Ser una escritora escandalosa y maldita era, a los ojos de la actualidad, sorprendentemente fácil. Quizás por eso, muchos elementos de las biografías de las autoras consideradas clásicas en la literatura infantil han ido quedando más o menos olvidados. Hasta ahora.
– Laura Ingalls Wilder. Los libros de la saga de la Casa de la Padrera no son tan famosos entre los lectores en castellano como lo son en el mundo anglosajón y aquí conocemos sobre todo la versión televisiva de la historia, que fue uno de los clásicos de las repeticiones de todas las televisiones que se pueda uno imaginar del panorama televisivo español. Laura Ingalls, la niña pionera, viendo en la casa de la padrera con sus sufridos padres es conocida por todos, como su hermana que se queda ciega por una enfermedad repentina.
Pero la verdad es que Laura Ingalls existió y las historias que narra son (más o menos) reales. La saga literaria está basada en sus experiencias como niña en la época de los pioneros, una suerte de versión infantil de la literatura de frontera. Eso sí: los libros son una versión totalmente edulcorada y un poquito ñoña de la realidad. No fue la primera intención de Ingalls Wilder. Ella empezó con un libro para adultos, escrito durante los años de la Gran Depresión, en el que los personajes no eran tan santos como en lo que al final conocimos. Pero con esa historia no convenció a los editores, que la empujaron a hacer la versión infantil (y naif) de la historia. La historia primera no fue nunca publicada, hasta ahora. Pioneer Girl: The Annotated Autobiography saldrá en septiembre en una edición universitaria.
Y así descubriremos que el señor Ingalls, ese santo varón, en realidad huía para no pagar el alquiler.
– Elena Fortún. En realidad, sobre Elena Fortún, tampoco es que existan muchos mitos. Por no existir, ni existe una reedición de su obra más interesante, Celia en la revolución. Aunque existe una biografía completa, Los mil sueños de Elena Fortún de Marisol Dorao, la vida de Elena Fortún aún entra dentro del saco de vidas secretas. Estuvo a punto de divorciarse varias veces (en la España de los años 20 y 30), dejó inédita una novela para adultos y vivió en el exilio tras la Guerra Civil.
– Lucy Maud Montgomery. Ana, la de Tejas Verdes, es uno de los personajes favoritos de muchísimos lectores del mundo (hay rutas siguiendo sus pasos en Canadá y peregrinaciones de japoneses a la isla del Príncipe Eduardo para incluso casarse en bodas temáticas). «Desde la inmortal Alicia, Ana, la de Tejas Verdes, es la niña imaginaria más encantadora que se haya creado», dijo Mark Twain. Y así se acabó gestando el mito. Montgomery tenía que ser, por fuerza, tan encantadora como su Ana. Lo cierto es que no lo fue.
Como su personaje, Montgomery fue una pequeña niña huérfana, criada por sus abuelos. Tuvo varias propuestas de matrimonio (era una chica popular) mientras trabajó como maestra y llevó una vida más o menos emocionante, empezando su carrera como escritora a principios del siglo XX. Luego se casó con un melancólico ministro presbiteriano y no fue tan feliz. Él sufría ataques de melancolía religiosa y ella atravesó períodos depresivos. Acabó cansada de Ana, la de Tejas Verdes, y aburrida del personaje. El último libro de la saga (ese que ningún lector juvenil ha leído) es un texto oscuro y poco animoso, escrito en el final de su vida, que sus editores no quisieron publicar en su momento (en los años 40) porque era un poco herejía. Murió en el 42, en teoría de una trombosis aunque una entrada en su diario (y la interpretación de una de sus nietas) hacen pensar que podría haberse suicidado.
– Enid Blyton. Es una de las autoras por excelencia del siglo XX en literatura infantil y juvenil, pero lo cierto es que los idílicos mundos que retrataba en sus libros (con esas bebidas extrañas que posiblemente ninguno de sus lectores no ingleses haya bebido jamás) estaban bien lejos de lo que suponía vivir con ella. Si no, que se lo pregunten a su primer marido y a su hija pequeña. A Hugh Pollock, su ex marido, le cortó todo acceso a sus hijas una vez divorciados, a pesar de los acuerdos previos al divorcio. Y, según su hija Imogen, Enid Blyton era una de las peores madres que podía tener una niña.
– Louisa May Alcott. Alcott es la autora de una de las novelas por excelencia de la literatura infantil y juvenil de los últimos 200 años: Mujercitas. La historia de las hermanas March durante la guerra civil estadounidense es una de las grandes historias que todo lector lee en su momento y las adaptaciones al cine han hecho que las historias se hayan convertido en todavía más populares, aunque lo cierto es que Alcott escribió muchas más cosas que estas novelas. Según Vidas secretas de grandes escritores, de Robert Schnakenberg, lo que realmente le gustaba era escribir «noveluchas eróticas» con el pseudónimo de A. M. Barnard. Más que noveluchas eróticas eran sensational novels, que no tienen traducción al castellano como género pero que vienen a ser esas novelas de misterio inmensas y ligeramente decadentes. Como novela gótica llevada un paso más allá. Y que eran por supuesto terriblemente escandalosas. Los victorianos estaban enganchadísimo a ellas. (Como era de esperar, en la resaca de 50 sombras de Grey no solo se escribieron novelas eróticas protagonizadas por la propia escritora sino también versiones de Mujercitas en modo novela erótica).
Además de escribir novelas escandalosas, Louisa May Alcott era también adicta al opio.
– P.L. Travers. La última escritora de literatura infantil cuya historia no muy amable ha sido rescatada ha sido la de la autora de Mary Poppins, que tuvo una infancia infeliz, era bastante repelente en la edad adulta y que odiaba la película que la hizo rica.
Como siempre ocurre con estos escritores o investigadores anglosajones, no tienen para nada en cuenta la literatura no escrita en lenguas diferentes del inglés (no espero que sean bilingües, sino que lean traducciones… pero lo cierto es que en Estados Unidos y en el Reino Unido se traduce muy poco). Por eso estoy seguro de que la referencia a Elena Fortún es cosa de Raquel Pico, y se lo agradezco. Como la literatura infantil ha sido, por razones que merecerían estudio, muy a menudo dejada en manos de mujeres, son muchas las autoras de todo el mundo que tuvieron una vida muy diferente de lo que reflejan sus libros (autobiográficos o no). Por cierto, la «cerveza de jengibre» tan preciada en las novelas de Enid Blyton no es una bebida tan misteriosa en Gran Bretaña. A mí también me intrigó (fui un apasionado de Blyton en mi infancia), pero finalmente descubrí esa gaseosa en la librería inglesa de París… y comprendí que no era muy diferente del ginger-ale que tanto bebí en los tiempos de mi infancia cubana