Los libros que leemos nos permiten viajar por el mundo sentados cómodamente en nuestro rincón favorito de lectura o mientras vamos camino del trabajo en el transporte público. Pero ellos, los libros, también viajan y para que lectores de otros lugares puedan beneficiarse de las letras escritas en otras lenguas los traductores tienen la última palabra. Y aquí surge el conflicto.
Las traducciones del títulos suelen ser de varios tipos: las literales o totalmente fieles al original (El baile para Le Bal, de Irène Némirovsky), las aproximadas (El ruido y la furia para The sound and the fury, de William Faulkner) y las libres que poco tienen que ver con lo que se puede encontrar en la lengua de origen. A veces estos cambios pueden mejorar el primer contacto con el libro, pero en otras se corre el riesgo de que lo estropean totalmente.
Somos conscientes que un buen lector tiene sus propias estrategias para hallar las mejores lecturas, pero muchas veces nos dejamos llevar por otros condicionantes externos como la calidad de la edición, el número de páginas (¡cuantas más mejor!), el sello editorial, la imagen de la portada y, ¿por qué no? el título.
El título forma parte de la historia y pertenece al autor, por lo que debería ser intocable, pero cuando la obra da el salto a otro país muchas veces parece que se rompa la cadena y ni el propio autor es capaz de reconocer su libro. Esto ocurre con obras de todo tipo, desde románticas, juveniles, policiacas hasta de autoayuda, y los motivos pueden ser muy variados. Tal vez se crea que así venden más o que encaja mucho mejor con las peculiaridades socioculturales del nuevo lugar.
Visto de cerca no parece una cuestión tan grave, pero el lector tiene todo el derecho de sentirse traicionado de algún modo porque se juega con nuestras expectativas lectoras. También ponen a prueba nuestra voluntad de perfeccionar y/o estudiar lenguas para afrontar la lectura de la obra en versión original, porque si han sido capaces de “manipular” algo tan básico como el título, ¿podemos confiar en que hayan sido fieles al contenido?
Algunos de estos casos son:
1. Irène, de Pierre Lemaitre, cuenta la historia de una mujer embarazada y casada con un comandante que la policía considera el principal sospechoso de una serie de crímenes que parecen homenajear a las mejores novelas negras de todos los tiempos. La intención primera de este escritor francés fue titularla Travail soigné que en nuestra lengua es algo así como Trabajo limpio o Trabajo cuidado. Eso sí, en la versión española nos hace pensar que Irène, más que su marido, tiene mucho que ver con los acontecimientos y el desenlace.
2. La metamorfosis, de Franz Kafka o el relato del comerciante de telas que se despierta convertido en un repulsivo insecto que su familia no tolera, lleva por título original alemán: Die Verwandlung, que en español sería La transformación. El escritor argentino Jorge Luis Borges propuso en su momento ser fieles a la traducción literal del título, pero no tuvo éxito.
3. Fiesta, de Ernest Hemingway, narra los conflictos que surgen entre dos chicos y una chica de origen norteamericano pero con residencia en París que viajan juntos hasta Pamplona en las fiestas de San Fermín. Este libro publicado en el año 1926 con el título de The Sun Also Rises o El sol también se eleva, poco tiene que ver con la traducción española donde no se habla de ningún sol. Además hay poco que celebrar dada la violencia, tensión y desesperanza que caracteriza la relación de los tres jóvenes.
4. Más Platón y menos Prozac, de Lou Marinoff, fue un éxito de ventas y tal vez la obra precursora de la búsqueda de la felicidad y de nuevos horizontes en los conflictos cotidianos a través de textos filosóficos y no tanto en guías o manuales de autoayuda. El título original es: Plato, no Prozac, que a su vez resulta: Platón, no Prozac. Es decir, el autor pretendía eliminar por completo el segundo término y no rebajar su uso. Lo que sí que es cierto es que este libro estructurado en cuatro partes y escrito por un profesor del departamento de Filosofía del City College de Nueva York logró vender miles de ejemplares en todo el mundo.
5. Harry Potter y el misterio del príncipe, de J. K. Rowling, no guarda ningún parecido con el título original: Harry Potter and the Half-Blood Prince, que sería más bien: Harry Potter y el Príncipe mestizo. En los dos casos tenemos un príncipe, pero en el título en español se nos avanza que está envuelto en un misterio, cuando lo que la autora quería destacar era su condición de mestizo, que no era el misterio a desvelar ni mucho menos. Puestos a elegir no entendemos el cambio en un momento donde se quiere potenciar el realismo y liberar de tabúes y tonos rosa a la literatura infantil y juvenil.
6. Si no despierto, de Lauren Oliver, también fue un libro éxito de ventas y actualmente continúa reeditándose, aunque se aleja del título original: Befor I fall, es decir, Antes de que caiga. La joven Samantha Kingston se ve obligada a despertarse hasta siete veces el mismo día de su muerte a causa de un fatídico accidente. No es lo mismo contar una historia mientras permanecemos dormidos y tal vez no volvamos a despertar jamás, o contar algo previo a nuestra muerte.
7. La librería de las nuevas oportunidades, de Anjali Banarjee, tiene en su versión original un título que parece bastante infortunado: Haunting Jasmine, que se podría traducir como Acechando a Jasmine o Embrujando a Jasmine. El libro se centra en Jasmine, una mujer emprendedora que se ve obligada a dejar de lado su estresante y competitiva vida para ponerse enfrente de la librería que regenta su tía cuando esta debe viajar a la India por motivos de salud.
8. La mujer de papel, de Rabih Alameddine, sería más fiel al original si se titulase Una mujer innecesaria (An Unnecessary Woman) pero se optó por dar otro enfoque literario que llegamos a entender tras finalizar el libro. La protagonista es Aaliya, una mujer próxima a los sesenta años de edad y que nos relata su vida en el difícil Beirut de su juventud, cuando su vida giraba en torno a la lectura y las traducciones literarias con las bombas y la guerra como telón de fondo. Si reflexionamos un poco encontramos una clara referencia al papel dotado de vida que sobrevive entre páginas y letras impresas para encontrar lo bueno de la vida que se le ha sido negado. Desde este punto de vista tal vez la traducción nos parece más acertada y conciliadora y eso lo compensa todo.
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Me temo que hoy en día el título pocas veces «pertenece al autor», y no digamos ya al traductor. El título es un elemento más de la estrategia de marketing para que el libro venda lo máximo posible y, como tal, suele ser escogido por el editor, normalmente atendiendo a criterios comerciales más que de cualquier otro tipo. En la mayoría de los casos, poco o nada tiene que decir el traductor.