Si a una persona que no sea lectora habitual de novela romántica se le pregunta por el género y por lo que lo identifica de forma clara frente a otros géneros literarios, es más que probable que acabe señalando a una editorial concreta. Posiblemente, acabe hablando de “los libros de Harlequin”, como una especie de símbolo que vale para identificar el todo. Harlequin es, en efecto, una de las editoriales que publica en todo el mundo novela romántica (no la única, obviamente), pero sí una de la que tiene una imagen de marca más clara dentro y fuera del género.

Harlequin es un icono de la cultura popular del siglo XX (ha protagonizado, por ejemplo, una colección de sellos en Canadá, su país de origen y donde fue fundada justo después de la II Guerra Mundial) que ha navegado hasta el siglo XXI. Harlequin fue uno de los motores que popularizaron formatos de edición, temas y autoras dentro de la novela romántica a lo largo de sus décadas de historia (según datos de HarperCollins, sus dueños desde hace unos años, hoy en día unos 50 millones de mujeres leen de forma habitual sus títulos en todo el mundo).

Es algo que también han hecho en España, a donde llegaron en 1979 y donde acaban de cumplir 40 años de vida.  En esos 40 años, los protagonistas en España de sus historias se han «han besado unas 20.000 veces, compartido alrededor de 30.000 abrazos y se han dirigido al altar por lo menos 7.000 veces», según los cálculos que ha hecho la propia editorial.

Por supuesto, en estas cuatro décadas de vida, Harlequin ha registrado muchas historias de amor y ha visto cómo diferentes personas en diferentes épocas las protagonizaban entre sus páginas. La propia editorial ha protagonizado su propia historia de amor por el género. Era algo en lo que pensaba tras colgar el teléfono tras mi conversación, a finales de la semana pasada y al hilo de este cumpleaños, con María Eugenia Rivera, la directora editorial en HarperCollins Ibérica. Muchas cosas han cambiado dentro y fuera de España durante los últimos 40 años, tanto en el mercado editorial como industria como en la sociedad y en cómo leemos las historias, pero hablando con Rivera quedaba claro que la pasión de la editorial por el género que publica no ha menguado.

“El legado de estos 40 años de trabajo”, me decía cuando le pedía que hiciese balance de estos 40 años de publicación, “es el orgullo de ser editores de novela romántica y haber estado al pie del cañón defendiendo el género”. (Un género que, aunque yo lo estaba viendo de color de rosa y sobre el que pensaba que ya no existían prejuicios tan extendidos, Rivera me explica que “sí, todavía hay prejuicios” y sobre el que señala aún hay que “reivindicar”).

La historia de Harlequin y España está ligada a las políticas de expansión de la editorial y a su estrategia de mercado. “Empezó de la mano de una compañía mexicana”, me apunta Rivera, señalando que ellos fueron quienes publicaron primero los libros con ese nombre antes de dar paso al establecimiento de la compañía de un modo directo en el país. A partir de ahí, Harlequin pasó a operar de un modo independiente.

Algunas de las primeras cubiertas de Harlequin en España

La estrategia de Harlequin como gigante editorial en los 70 y en los 80 pasaba por contar con una fortaleza global. Tenían su catálogo de escritoras, que escribían muchos (¡muchos!) títulos de forma conjunta y que permitían renovar constantemente los títulos que llegaban a las lectoras. Cuando una lectora quería comprar un libro de Harlequin se encontraba con muchísimas opciones y muchísimos títulos.

Su visión de negocio pasaba igualmente por estar en todo el mundo: traducían a sus escritoras a las diferentes lenguas de los mercados a los que llegaban y con ello también podían negociar de un modo más efectivo para la editorial los derechos con sus escritoras. Más allá de cambiar el idioma del libro, el formato Harlequin era universal: en todos los mercados salían con sus colecciones de bolsillo y con sus icónicas cubiertas.

Cuando llegaron a España, me explica Rivera, el panorama de la novela romántica estaba limitado a un gran nombre, el de Corín Tellado. No es que no se publicasen novelas románticas en España, pero sí que no había una editorial centrada en hacerlo de forma exclusiva. Lo hizo Harlequin y fue un éxito, tanto que hasta Tellado, como señala la directora editorial, empezó a ponerles nombres anglosajones a sus personajes (como las novelas de Harlequin eran traducciones, entonces todos sus personajes tenían ese tipo de nombres). Además, Harlequin contaba en España con un as en la manga muy poderoso, el de Barbara Cartland, la gran reina del romance y que en los 80 vivió un momento dorado por su condición de abuela de la famosa Lady Di (lo que despertó mucho interés por la escritora y por sus historias)

El público estaba deseoso de historias y tuvieron mucho éxito. Empezaron publicando cuatro libros al mes, pero llegaron a publicar entre 20 y 30 libros ¡nuevos! (no reediciones) mensuales. Harlequin vendía mucho, bien posicionada además en un entorno de ventas que llegaba a todo el mundo. Sus novelas se vendían en quioscos (la crisis de los quioscos los ha tenido como daños colaterales, por cierto, pero Rivera me explica que han encontrado un mercado muy receptivo en el ebook y que todo su catálogo está disponible en ese formato) y conectaban con las lectoras por toda España.

Las colecciones que se vendían entonces han tenido continuidad. Bianca, su colección más popular, se sigue vendiendo hoy, aunque las historias son diferentes. Barbara Cartland, por ejemplo, está ya descatalogada (en inglés se puede encontrar en ebook sin muchos problemas, le comentaba a Rivera, pero la editora me explicaba que aquí ya no tiene demanda). También han cambiado los contenidos, algo en cierto modo lógico si pensamos que han pasado 40 años desde que Harlequin publicó su primer libro en España. La sociedad cambia y con ella lo hacen las lectoras, pero también lo hacen las modas literarias, que tienen sus ciclos de vida.

Antes, me indica Rivera, las historias seguían “un esquema más rígido” e incluso se empleaban recursos dramáticos que ahora nos chirriarían (por ejemplo, convertir la virginidad – o más bien su ausencia – de la protagonista en un elemento dramático). “Ellos siempre eran guapísimos y riquísimos. Ellas no. Eran desvalidas”, señala, apuntando que ahora los y las protagonistas de las historias se parecen mucho más a las personas reales.

Fotos | Destacada HARLEQUIN Ibérica – Oficial | Cubiertas, cortesía Harper Collins