Cuando se habla de la historia de los libros, se suele hablar de cómo el escritor en cuestión que ha escrito el tomo a analizar trabajó para llevarlo al punto final o de las influencias que tuvo a la hora de escribir el tomo. Cuando se habla de cómo trabajó para que fuese publicado el libro en cuestión, se suele hablar de las múltiples cartas de rechazo que recibió (¿cómo esos editores no supieron ver la grandeza del libro en cuestión?, suele ser el subtexto) o de lo rápido que alguien lo compró y el libro se convirtió en un rápido éxito de ventas. Pero lo cierto es que, en algunos casos, la historia de la publicación del libro en cuestión es tan compleja como el propio proceso de escritura y se convierte en un elemento tan analizable como el propio proceso de escritura.
Eso es lo que ocurrió con el Ulises, de James Joyce, una historia a la que el escritor dublinés dedicó años y más años de escritura y a la que varios editores y mecenas dedicaron años y más años de trabajo para intentar que fuese publicado. Entre medias, hubo unos cuantos juicios, unas cuantas quemas de libros y revistas y unas cuantas historias de contrabando y piratería. Porque, antes de ser considerado de forma unánime uno de esos clásicos de la historia de la literatura, el Ulises fue considerado pornografía y un libro prohibido, fue introducido como contrabando en Estados Unidos a través de la frontera con Canadá o en barco desde Europa camuflado entre otras cosas y fue también uno de los libros más pirateados del momento, protagonizando muchísimas ventas en el ‘top manta’ de la época.
Esta es la historia que recoge Kevin Birmingham en El libro más peligroso: James Joyce y la batalla por Ulises, un genial ensayo de historia literaria que ha recibido varios premios y que acaba de publicar en castellano Es Pop Ediciones (en una preciosa edición que juega con los elementos tipográficos y de diseño de la primera edición del Ulises). El ensayo puede leerse casi como una novela de aventuras, en la que unos cuantos participantes tienen que llegar al final, que en vez de ser descubrir la fuente secreta de algún río es el publicar un libro prohibido.
La historia de la publicación del libro es larga y complicada, como larga y complicada fue su redacción, y también es doblemente fascinante a día de hoy, porque funciona como una interesante historia sobre las libertades civiles y el poder de los lobbies y los grupos de presión. El Ulises estuvo prohibido durante años en Reino Unido y Estados Unidos (los dos mercados en los que se centra la historia de su publicación) por culpa de las leyes antipornografía y la consideración de que el libro no era una obra literaria sino simplemente porno.
Cómo el Ulises fue pornografía
En el caso de Estados Unidos, el bloqueo al Ulises era una más de las ramificaciones del trabajo de Anthony Comstock, una especie de policía de la moral que había empezado a operar en el siglo XIX. A Comstock lo había encontrado antes en una novela histórica (¡el poder divulgador de los best-sellers!), The Gilded Hour, de Sara Donati, en la que se aborda justo el principio de su poder en los años 80 del XIX en Nueva York. Comstock no solo estaba obsesionado con la pornografía sino también con los anticonceptivos y el aborto (y ahí es donde entra en la novela de Donati), así que logró poder para analizar todo lo que se enviaba por correo y usarlo para detener a los que distribuían contenidos relacionados.
Cualquiera podía caer ante la policía del vicio que había creado (desde quien enviaba a quien recibía) y podía hacerlo además bajo trampa (muchas veces enviaban cartas señuelo para hacer que los receptores picasen y enviasen esos contenidos). Cuando el Ulises empezó a ser publicado en Estados Unidos, Comstock (que se vanagloriaba de haber quemado 15 toneladas de libros) ya no operaba (murió en 1915) pero su legado seguía operando. El Ulises se tuvo que enfrentar por tanto a la misma censura.
La cuestión es importante por una razón fundamental, como explica Birmingham en su libro. El Ulises empezó siendo publicado por entregas en una pequeña revista y las revistas no podían ser distribuidas realmente (y llegar así a su público) si no lo hacían a través del correo. Distribuir, sin el correo público, era demasiado caro.
El libro, o los capítulos publicados, perdieron los juicios a los que tuvieron que enfrentarse y el libro fue considerado pornografía. Cuando se publicó la edición francesa, el libro era secuestrado en las aduanas y requisado (lo que suponía acabar en una hoguera y una multa para el receptor del libro si no renunciaba al mismo), lo que hizo que hubiese que recurrir a muchísimos recursos (y al contrabando) para introducir el libro en el país. Esto no hizo, sin embargo, que el libro no despertase interés. En realidad, todo el mundo quería leer ese libro prohibido, lo que hizo que se produjese un movimiento brutal en el mercado negro y en el mercado pirata. El Ulises fue impreso y publicado en Estados Unidos ya en los años 20, pero lo hizo con una versión pirata de un editor especializado justo en eso.
El libro lograría salir de ese atolladero en los años 30, cuando Random House forzó un juicio sobre el libro y logró cambiar la percepción del libro. Durante años, los abogados que habían intentado quitarle la consideración de pornografía al libro habían ido señalado que el Ulises era demasiado complicado para que ese mercado que los jueces temían que fuese corrompido por su lectura (las inocentes jovencitas…) pudiese comprender lo que estaba leyendo.
La digna señorita que lo publicaba en Londres
El Ulises tuvo también problemas de distribución en Reino Unido, donde también fue considerado inmoral y donde también fue atacado por las leyes antipornografía. En Reino Unido, su paladín fue Harriet S. Weaver, posiblemente la figura más interesante de todas las que participaron en la publicación del Ulises. Weaver era una señorita victoriana. Nunca se había casado, había heredado dinero de su familia y era una de esas mujeres correctas que se pueden encontrar en las novelas de la época.
Weaver, esa aparente solterona aburrida, no solo fue la mecenas de Joyce dándole dinero para sobrevivir (dinero que le hubiese dado una vida cómoda si no fuese un despilfarrador…) sino que además fue quien intentó encontrarle editor y quien, cuando eso no pasó, intentó publicarlo ella desde la revista literaria que poseía (porque sí, la aburrida solterona había comprado y mantenido una revista literaria y sufragista).
Ulises en España
El libro de Birmingham (una fascinante lectura sobre historia de la literatura que debería ser una de las lecturas de este año) solo aborda como se publicó el libro en inglés. En España, el Ulises se publicó, al menos unos fragmentos, de forma muy temprana. Es algo que todo escolar gallego aprende en la ESO en su libro de literatura: Ramón Otero Pedrayo tradujo al gallego 10 páginas del libro en 1926 para la revista Nós. Fue lo primero que se publicó de la novela en toda la Península Ibérica (y curiosamente el gallego no tuvo una edición completa de la novela hasta hace un par de años, porque hubo que esperar a que el libro entrase en dominio público porque el heredero de James Joyce, su nieto, no daba permiso para que esto ocurriese: aquí está, en gallego, toda la compleja historia). También se tradujeron después al castellano y al catalán otros fragmentos de la novela.
En castellano, se tradujo por primera vez en 1945 en Argentina, que fue la que se distribuyó en todo el mundo de habla hispana. En España, Lumen publicó la primera traducción realizada en España en los años 70, aunque el libro se había publicado por primera vez en los 60 usando la traducción argentina.
Me encantó tu trabajo, didáctico y ameno. Aprendí algo más de este libro, te lo agradezco. Lo volveré a leer. Muchas gracias.