Leer a principios del siglo XX en España era un placer muy caro. Un libro nuevo costaba, de media, unas 3,5 pesetas, lo que era una cantidad muy elevada para los sueldos de la época (unas medias de seda andaban por las 7 pesetas, así que ya os podéis hacer una idea de por donde andaba el lujo en aquellos momentos). Tal y como cuenta Los felices años veinte: España, crisis y modernidad, editado por Carlos Serrano y Serge Salaün y publicado por Marcial Pons, el precio de un único libro podía ser la mitad del sueldo diario de un maestro (ya sabéis que los maestros no ganaban mucho, de unas 5 a unas 7,5 pesetas al día) o de una mecanógrafa. Y aunque había bibliotecas ambulantes que permitían hacerse con libros y librerías de viejo ser editor o escritor en aquel momento no parece especialmente rentable.
Las cifras de edición de aquella época (siempre según Los felices años veinte) son impresionantes (y sorprendentes si tenemos en cuenta el peso de la industria del libro hoy en día): lo normal era que un título vendiese de 150 a 250 ejemplares cada año (es el baremo que dan los autores del ensayo para la horquilla de 1890 a 1930), con lo que en realidad los libros no llegaban más que a una parte muy minoritaria de la sociedad (muy, muy minoritaria: como si cogiésemos la mitad de la población actual de España y no le diésemos libros más que a los habitantes de A Coruña). Y en ese contexto es el que nació Casa del Libro.
La historia del hoy en día gigante de la distribución de libros recuerda a esas de los self made man americanos, que se lanzan a por una cosa y crean todo lo necesario para conseguir que su proyecto tenga éxito. Aunque los libros eran caros, los editores tampoco podían apostar por una modernización de la industria del libro porque la propia red de distribución no era moderna. El papel era además caro y había escaseza en la producción, por lo que algunas editoriales quebraron en la recta final a los años 20. Ser moderno en el mundo del libro parecía muy complicado. Pero en 1918 nació la editorial Calpe. Su fundador Nicolás María Urgoiti la dotó con 12 millones de capital social (como nos dejan claro en Los felices años veinte mucho más que cualquiera editorial de la época) y la asoció con Papelera Española para curarse en salud en el tema del papel. La idea la explica en una entrevista con la prensa argentina que recoge El Sol (que formaba parte de su emporio de comunicación y que era un periódico sin toros y sin adjetivos, según su fundador): «Una editorial—dice—que diera traducidos a España y a todos los pueblos de habla española los principales libros de todo el mundo y permitiese a la vez publicar los buenos españoles«.
Empezó a editar libros y, para poder venderlos, decidió apostar por una librería moderna. Así nació y así empieza la historia de Casa del Libro. «Considerando conveniente instalar en Madrid una gran librería, en donde a la vez que las producciones de Calpe, se muestren las de los libros editados en todas partes, se constituyó una Sociedad de construcción de inmuebles. La Constructora Calpense, que ha levantado un gran edificio en la Gran Vía, con un costo de más de tres millones y medio de pesetas. Esperamos inaugurarlo a fin de este año», se lee en la reproducción de otra entrevista argentina.
La Casa del Libro arrancó en 1923 en Madrid, en un edificio de la Gran Vía, y fue la primera librería moderna de España. Los lectores no tenían que esperar a que un librero sacase del fondo de una estantería el libro que querían. Podían acercarse a mirar, curiosear en los estantes y pedir ayuda cuando era necesario. Es a lo que hoy en día estamos acostumbrados, aunque en el momento era revolucionario. En un primer momento, la librería se llamó el Palacio del Libro y es con ese nombre con el que hay que buscarla en los periódicos de la época. El establecimiento se situó en el tramo nuevo de la Gran Vía de Madrid, como explican en sus anuncios, justo cerca de donde se estaba construyendo el rascacielos de Telefónica, el edificio más moderno de su época. El gran edificio dedicado a los libros era entonces uno de los símbolos de la nueva calle, como publicaba en las Navidades de 1923 La Voz, y su arquitecto montó siguió los pasos de lo que se estilaba en la calle que quería llevar a Madrid al siglo XX.
La librería era como una glamurosa galería comercial. En la entrada había un «magnífico hall, que se dedicará a celebrar conferencias y exposiciones», como leemos en El Sol en mayo de 1923. Se estrenaron, por cierto, con una exposición sobre libros franceses. La voluntad era ser modernos. El periodista añade: «El servicio de este Palacio del Libro se hace por los procedimientos de ficheros catálogos; sección bibliográfica mundial, que igualmente emplean las grandes librerías de París, Berlín y Leipzig, y está servida por un competente personal, práctico en esta materia, y que posee varios idiomas».
Que la apuesta tuvo éxito está claro. La Casa del Libro ha llegado hasta ahora. Unos meses después de la inauguración en Madrid incluso se pueden encontrar noticias sobre un Palacio del Libro en Buenos Aires. Y, si os preguntabais porque cambiaron de nombre, encontraréis otro argumento. «La razón de este cambio es harto sencilla. Nuestro antiguo nombre se presta, bien a nuestro pesar, a lamentables y enojosas confusiones con otros establecimientos más o menos similares, que lo han adoptado después«, explican en La Voz en diciembre de 1923.
¿Qué efectos tuvo esta estrategia? Más allá de Casa del Libro, lo influyente para cambiar el rumbo del mercado del libro fue lo que hizo la editorial. Su objetivo era poner al alcance de los lectores no solo obras maestras, sino nuevas publicaciones y libros sobre todos los temas que pudiesen interesar. Sacaban 20 libros al mes en varias colecciones (una barbaridad si recordamos las cifras facilitadas al comienzo sobre la situación de libro) y bajaron los precios muy por debajo de lo que era habitual. Según Los felices años veinte, estaban en los 50 céntimos. Con ese precio (tres pesetas por debajo del coste medio hasta entonces) sus publicaciones se hicieron muy populares. «Se leyó entonces como nunca», explica una de las fuentes que recoge el ensayo. El mercado creció, aunque los competidores de Espasa no lo tuvieron fácil.